Al principio de la cinta Otto Anderson (Tom Hanks) es el típico cascarrabias, experto en descargar su mala baba en el prójimo, para evitar que se acerquen demasiado a él, a sus problemas, a la nostalgia de su mujer fallecida hacía seis meses. Pero no es tan fiero el ogro como lo pintan.
Cuando la embarazadísima hispana Marisol, su marido, y sus dos hijas (Luna y Abby) se instalen en el apartamento de al lado, Otto saldrá a regañadientes de su concha y empezará a hacer pequeñas chapuzas por el barrio. Incluso abanderará una cruzada contra una inmobiliaria con prácticas poco claras e intereses que no tienen nada que ver con el bienestar del vecindario.
Esta cinta, como lo fue en su día aunque de forma más coral la película colombiana LA ESTRATEGIA DEL CARACOL, es un canto al servicio a la comunidad, a colaborar con los vecinos e incluso ir un poquito más allá en su servicio. Porque el barrio, cuando existía espíritu de barrio en alguna parte, éramos todos. Nos nutríamos de ese orgullo de pertenecer a una comunidad.
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