Escena: Un despacho austero en Marruecos. Es 1936, poco después del inicio de la sublevación militar contra la República española. Francisco Franco, vestido con su uniforme militar impecable, se encuentra sentado detrás de un escritorio de madera, revisando informes. Frente a él, el general José Millán-Astray, fundador de la Legión Española, camina nervioso, observando los mapas colgados en la pared y las banderas dobladas sobre una mesa auxiliar.
Millán-Astray: (Golpeando suavemente el escritorio con su bastón) Francisco, hemos luchado juntos durante años, y nunca dudé de tu lealtad a España. Pero ahora que estamos en medio de esta rebelión, necesito escucharlo de tus labios: ¿qué fue lo que te empujó a dar este paso? ¿Por qué arriesgarlo todo?
Franco: (Levantando la vista lentamente, con expresión seria) José, sabes tan bien como yo que no fue un paso tomado a la ligera. La República… susurra con énfasis... la República dejó de ser España. No podía quedarme de brazos cruzados mientras nuestra patria era desgarrada por el caos, el desorden y el desprecio a nuestras tradiciones.
Millán-Astray: (Asintiendo ligeramente, aunque con el ceño fruncido) Hablas del caos, sí. Pero la República decía representar al pueblo, dar voz a quienes nunca la tuvieron. ¿No es eso lo que un verdadero patriota debería defender?
Franco: (Frío, calculador) ¿Qué voz, José? Lo que vi en la República no fue justicia ni democracia. Vi un gobierno incapaz de mantener el orden. Vi iglesias arder, vi la bandera de nuestra nación pisoteada por aquellos que se llamaban a sí mismos "revolucionarios". Vi una España dividida, arrastrada al abismo por el comunismo, el anarquismo y la sed de venganza de quienes despreciaban nuestra historia.
Millán-Astray: (Cruzando los brazos, pensativo) ¿Y la lealtad? Nos formamos para defender la bandera y obedecer al gobierno legítimo, no para alzarnos contra él.
Franco: (Con intensidad en la voz, inclinándose hacia él) La lealtad verdadera, José, es hacia España. No hacia quienes se envuelven en la bandera para destruirla desde dentro. Mi lealtad no es hacia un gobierno que se muestra incapaz de garantizar la seguridad, que permite que el odio y la violencia dominen nuestras calles. Mi lealtad es hacia nuestra tierra, nuestra fe, nuestras familias. Si eso significa rebelarme, entonces que así sea.
Millán-Astray: (Camina lentamente por la habitación, pensativo, antes de girarse hacia Franco) Y sin embargo, sabes que esta guerra será brutal. España se desangrará. Hermanos contra hermanos. ¿Estás preparado para cargar con esa culpa?
Franco: (Se recuesta en su silla, meditabundo, antes de responder con voz firme) No he buscado la guerra, pero la acepto como el único camino que queda. Si permitimos que la República siga en manos de quienes la gobiernan ahora, España desaparecerá. Seremos un peón de Moscú, una colonia de ideas extranjeras que no comprenden nuestra alma. Prefiero una España herida, pero unida y fuerte, a una España rota y sometida.
Millán-Astray: (Con una sonrisa amarga, levantando su bastón) ¡La Legión, entonces, no tendrá descanso! ¿Es eso lo que quieres de nosotros? ¿Que seamos la espada que corta esta herida, para luego sanarla?
Franco: (Asiente lentamente, mirando fijamente a Millán-Astray) Necesito hombres como tú, José. Hombres que entiendan que la guerra no se gana solo con balas, sino con convicción. Con la creencia de que estamos salvando algo más grande que nosotros mismos. España no nos lo agradecerá hoy, pero algún día entenderá.
Millán-Astray: (Golpeando el suelo con su bastón, con un destello en los ojos) Entonces estamos en esto juntos, Francisco. Por España, y solo por España.
Franco: (Con un leve gesto de asentimiento, solemne) Por España, José. Y que Dios nos dé fuerza para lo que está por venir.
Ambos hombres se miran en silencio durante un instante. Fuera, el sonido de los tambores y los cánticos de la Legión retumban en la noche. Es el preludio de una guerra que cambiará el curso de España para siempre.
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