Escena: Un despacho improvisado en una tienda de campaña cerca del frente en Europa, durante la Segunda Guerra Mundial. El general Dwight D. Eisenhower está sentado detrás de un escritorio lleno de papeles y mapas. Frente a él, de pie con su característico casco y uniforme impecable, está el general George S. Patton. El ambiente es tenso; ambos hombres intercambian miradas cargadas de emociones.
Eisenhower: (Con voz contenida, mirando fijamente a Patton) George, ¿tienes idea del caos que has provocado? La prensa ya está enterada. Los hombres están indignados. El ejército entero está hablando de esto. Dos soldados, George. Dos hombres con fatiga de combate. Y tú… hace una pausa, apretando los puños... los golpeaste en un hospital de campaña.
Patton: (Firme, con el rostro endurecido) Lo hice, Ike. Y no voy a disculparme por ello. En la guerra no hay lugar para la debilidad. Aquellos hombres no estaban heridos físicamente, no estaban sangrando, no estaban mutilados. Estaban ahí, ocupando camas que podrían ser usadas por verdaderos combatientes, por hombres que han perdido algo en el campo de batalla.
Eisenhower: (Con un gesto de incredulidad) ¿Y eso justifica tu conducta? ¿Golpear a hombres que claramente estaban sufriendo? ¿Sabes lo que es la fatiga de combate, George? ¿Sabes lo que significa no poder soportar un día más en el infierno que tú mismo diriges?
Patton: (Alzando la voz, con vehemencia) ¡Es cobardía, Ike! Eso es lo que significa. Y si permitimos que la cobardía eche raíces entre nuestras tropas, ¿qué crees que ocurrirá? Este ejército dejará de avanzar. Las líneas se romperán. ¡Los hombres necesitan un líder fuerte, alguien que les recuerde que están aquí para ganar esta maldita guerra, no para esconderse detrás de una excusa psicológica!
Eisenhower: (Golpeando la mesa con la mano, furioso) ¡Basta, George! Esto no es la Primera Guerra Mundial. No estás dirigiendo un ejército de autómatas. Estos hombres son humanos, y esta guerra está empujando sus límites de una manera que ninguno de nosotros puede imaginar. Tu deber es liderarlos, no humillarlos. No destruirlos.
Patton: (Se cruza de brazos, manteniendo su postura desafiante) Liderarlos significa mantener la disciplina. Si uno de esos hombres abandona su deber, inspira a otros a hacer lo mismo. Es un veneno, Ike, y yo no permitiré que se propague. Hice lo que creí necesario.
Eisenhower: (Se levanta de su silla, acercándose a Patton con el rostro endurecido) ¿Lo que creíste necesario? George, ¿sabes qué es necesario? Que nuestros hombres confíen en nosotros. Que sepan que los valoramos, que entendemos su sacrificio. Y ahora, gracias a ti, están cuestionando todo. Se preguntan si su propio general los desprecia, si los considera prescindibles.
Patton: (Respira profundamente, intentando calmarse, pero con un tono desafiante) Lo que he hecho, Ike, lo he hecho por el bien de la victoria. Porque cuando llegue el día, cuando estemos frente a frente con los alemanes, no quiero hombres que duden. Quiero soldados que sepan que no hay vuelta atrás.
Eisenhower: (Con un tono más frío y autoritario) Y yo quiero un comandante que entienda que ganar la guerra no significa perder nuestra humanidad. No puedo permitir que esto pase desapercibido, George. Te estoy retirando el mando del Septimo Ejército. De forma inmediata.
Patton: (Parpadea, sorprendido, y luego recupera su compostura rápidamente) ¿Así de fácil? ¿Después de tomar Palermo antes que Monty? Ike, sabes que soy el mejor hombre para liderar ese ejército. Sabes que sin mí, la ofensiva perderá fuerza.
Eisenhower: (Mirándolo directamente a los ojos) Eres un gran general, George. Nadie lo niega. Pero tu comportamiento es inaceptable, y esta guerra no se ganará con hombres que piensen que están por encima de las normas. Esta no es tu guerra personal. Es la guerra del pueblo americano, de nuestros aliados, y de los hombres que confían en nosotros. Esta decisión es definitiva.
Patton: (Se queda en silencio unos segundos, con el rostro rígido, antes de asentir lentamente) Muy bien, Ike. Si esta es tu decisión, la aceptaré. Pero recuerda esto: cuando el enemigo esté en retirada, cuando necesites un hombre que no vacile, sabrás dónde encontrarme.
Eisenhower: (Con un tono grave) Espero no tener que hacerlo, George. Pero si llega ese momento, será bajo mis condiciones, no las tuyas.
Patton se pone firmes, da un golpe seco con los talones y se marcha del despacho, dejando a Eisenhower de pie, mirando los mapas con una expresión mezcla de determinación y frustración. Fuera de la tienda, el sonido de los motores de los jeeps y el bullicio del campamento acompaña su salida.
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