[Sintonía de apertura, sonido de hojas crujientes bajo los pies]
Periodista:
Bienvenidos a “Voces del Bosque” en Radio Verde. Hoy tenemos un invitado muy especial: no es un escritor ni un científico, sino un… árbol. Un arce canadiense que ha aceptado hablar con nosotros. Señor Arce, gracias por recibirnos.
Arce:
El placer es mío. Los humanos suelen pasar bajo mi copa sin escuchar, así que es un regalo poder compartir lo que siento cada otoño.
Periodista:
Hablemos del otoño. Su cambio de hojas es un espectáculo dorado y rojizo. ¿Qué ocurre exactamente?
Arce:
Cuando los días se acortan y las temperaturas bajan, mi metabolismo cambia. Interrumpo la producción de clorofila, ese pigmento verde que transforma la luz solar en energía. Al desaparecer la clorofila, emergen los carotenoides (dorados y anaranjados) y las antocianinas (rojos intensos). No es que “cambie” las hojas por otras, sino que muestro los colores que estaban ocultos. Luego dejo caer las hojas para protegerme del frío: así reduzco la pérdida de agua y evito daños por heladas.
Periodista:
Entonces, ¿los árboles de hoja perenne hacen algo diferente?
Arce:
Sí. Los perennes, como los pinos o abetos, mantienen sus agujas verdes todo el año. Sus hojas son duras, cubiertas de una cutícula cerosa y con menos superficie expuesta, lo que minimiza la pérdida de agua y resiste mejor la nieve. Nosotros, los caducifolios, preferimos renovarnos cada primavera: es más costoso energéticamente al inicio, pero nos permite hojas nuevas y eficientes para la fotosíntesis en las temporadas cálidas.
Periodista:
Hablemos de su especie: ¿qué aportan los arces al bosque?
Arce:
Mucho. Nuestras hojas caídas forman una gruesa capa de mantillo que enriquece el suelo al descomponerse. Proporcionamos néctar para polinizadores en primavera y semillas aladas —los “helicópteros”— que alimentan aves y pequeños mamíferos. Nuestra sombra regula la temperatura del suelo y crea microhábitats para hongos y plantas sensibles. Además, donde crecemos en grandes grupos, ayudamos a estabilizar el suelo y mantener la humedad del ecosistema.
Periodista:
No puedo evitar pensar en el famoso jarabe de arce canadiense. ¿Cómo se extrae sin dañarlos?
Arce:
En pleno invierno, mientras dormimos bajo la nieve, almacenamos azúcares en nuestras raíces. Cuando las temperaturas empiezan a oscilar entre frío nocturno y deshielo diurno, la savia rica en azúcares sube por el tronco. Los productores insertan pequeños grifos —llamados “spiles”— en un agujero poco profundo, dejando fluir la savia hacia cubos o tuberías. No se extrae demasiado: un árbol sano puede compartir su savia sin sufrir. Luego, la savia se hierve para evaporar el agua, concentrando el azúcar en el dulce jarabe dorado que conocen en todo el mundo.
Periodista:
Señor Arce, este verano de 2025 ha sido devastador para muchos bosques españoles. Los incendios han arrasado sobre todo zonas de la frontera con Portugal: Sanabria, La Bañeza, los pequeños pueblos de Orense… ¿Qué fue lo que salió mal?
Arce:
Ah, amigo mío… Este verano ardió con un calor que ni yo, con siglos de estaciones en mis ramas, había sentido tan feroz. Durante semanas, el sol pareció inmisericorde, las lluvias apenas dejaron huella, y el suelo se convirtió en un polvo reseco. Toda la vegetación que en primavera creció lozana gracias a algunas lluvias se marchitó y se volvió combustible frágil, listo para encenderse con una chispa o un rayo. Y cuando llegaron las tormentas secas, descargaron rayos sin el alivio de la lluvia: uno solo bastó para iniciar un infierno en las laderas de Sanabria.
En esas tierras montañosas y quebradas, donde el abandono rural ha dejado montes llenos de matorral y ramas muertas, el fuego corre sin freno. Las brigadas tardan en llegar, las carreteras son escasas, y las llamas encuentran corredores de viento que las llevan de valle en valle. Por eso los incendios saltaron tan fácilmente de Zamora a Orense, e incluso cruzaron las líneas invisibles que dibujan los mapas entre España y Portugal. Sanabria, La Bañeza, los pueblos orensanos… todos ellos son piezas de un mismo mosaico de bosque vulnerable.
También hay que decirlo: el mundo se calienta, y los veranos, cada vez más largos y crueles, nos dejan desprotegidos. El calor extremo y la sequedad no fueron una simple mala racha, sino el eco de un clima que cambia más rápido de lo que nosotros, los árboles, podemos adaptarnos. Y cuando el fuego llegó, la coordinación entre provincias, comunidades y países vecinos fue valiente, pero a veces tardía o complicada; un incendio no entiende de fronteras administrativas.
Así, lo que salió mal no fue solo el cielo ardiendo o el suelo sediento: fue una cadena de descuidos humanos y advertencias ignoradas, un verano que nos recordó que el bosque necesita cuidados todo el año. Yo, que he visto renacer praderas tras las cenizas, sé que la vida vuelve. Pero cada vez que arden Sanabria o los montes de Orense, el precio que paga el bosque es mayor, y las cicatrices más profundas.
Periodista:
Hermosa imagen: un bosque que nos alimenta y embellece, y árboles que se renuevan con cada estación. Señor Arce, gracias por esta conversación.
Arce:
Gracias a ustedes por escuchar. Recuerden: cada hoja que cae es una promesa de renacer.
[Sonido de viento suave entre ramas, la sintonía se desvanece]
Precioso.
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