6 de marzo de 1967. La mujer mira hacia los lados. Observa que el taxi se aleja en busca de nuevos clientes. Es ahora o nunca. Se acerca al marine norteamericano que hace guardia en la entrada de la Embajada de los Estados Unidos de Nueva Delhi y solicita entrar. El marine dice que la Embajada está cerrada. Así que la mujer le muestra su pasaporte soviético y lo cambia todo.
Svetlana Stalina había vajado a Nueva Delhi, con el beneplácito del Politburó para la cremación de su pareja sentimental, el comunista hindú Pravesh Singh. Había comunicado sus intenciones de huir a su hijo Josip, de 22 años a su hija Katia, de 17. Esta última jamás le perdonó el abandono.
Era harto difícil ser la hija del camarada Stalin. Mientras fue niña a Svetlana las cosas le marcharon bien, porque su padre le dedicaba las atenciones que no dedicaba a sus hijos varones. De adolescente Stalin mandó al gulag de Korkuvá, en el Círculo Polar Ártico, al primer novio de su hija, Aleksei Kapler, de 40 años. No le comunicó ni el acto de suicidio de su madre ni las razones que la impulsaron a ello. Se enteró por la prensa que se había negado a canjear a su hermanastro mayor, Yakov, por un general alemán en plena Segunda Guerra Mundial. Los nazis se vengaron matándole, esperando una reacción, una salida de tono temperamental que no llegó. Svetlana tuvo otro hermano, un hmbre juerguista e inestable metido a militar, que murió en extrañas circunstancias en 1962.
No es de extrañar que se sintiera más y más alejada y confusa respecto a un padre que primero la había colmado de amor y después la había atemorizado, y se cambiase el nombre por el de soltera de su madre, Alilúyeva.
No es de extrañar que se sintiera más y más alejada y confusa respecto a un padre que primero la había colmado de amor y después la había atemorizado, y se cambiase el nombre por el de soltera de su madre, Alilúyeva.
Svetlana siempre fue una mujer imprevisible e inestable. Tuvo cuatro maridos y tres hijos de diferentes padres, lo que retrata bien el sentimiento de abandono emocional en que se encontraba sumida.
En Estados Unidos, en pleno marasmo de la Guerra Fría, dio conferencias sobre el mal que había causado Stalin a sus seres queridos y se casó con un hijastro de Frank LLoyd Whright, el famoso arquitecto. Los discípulos de LLoyd Whright vivían en una comuna dirigida con mano de hierro por la segunda esposa del arquitecto, Olgivanna. Esta le había escrito a Svetlana diciendo que se parecía a una hija suya, también llamada Svetlana, muerta en un accidente de carretera, y que estaba destinada a ocupar su lugar. No se sabe por qué razones Svetlana aceptó la invitación.
El matrimonio fue mal, las comunas de los 60 tenían muchas posibilidades de convertirse en algo parecido a las sectas, y Svetlana huyó de la comuna de Arizona con su hija de tres años. Hubo unas décadas de estabilidad, hasta que un nuevo ramalazo de culpabilidad por haber dejado atrás a sus hijos mayores, llevó a esta mujer a reconciliarse con los soviéticos en 1986. Encontró a Josip prematuramente envejecido y alcoholizado. Katia no quería perdonarle las décadas de abandono.
Svetlana no se adaptó a las condiciones de vida en Georgia y solicitó el visado de salida. Hubo un forcejeo con la diplomacia norteamericana, pero se accedió a que la anciana abandonase finalmente la URSS.
Svetlana viviría una temporada todavía en un convento católico inglés y en una residencia de ancianos de Wisconsin donde murió en 2011.
PARA LEER:
Las rosas de Stalin. Monika Zgustova (Galaxia Gutember) Sale el 26 de febrero de 2016.
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