Son las 7 de la tarde del 31 de marzo de 1578. Juan de Escobedo regresa a su casa silbando una melodía. Acaba de salir de una recepción en casa de Ana de Mendoza, la princesa de Éboli. De repente, unos matasietes le cortan el paso y empiezan a hablar las espadas roperas. Escobedo hace lo que puede, pero pronto se ve empujado contra una pared y ensartado como un cochinillo. Da la casualidad de que Juan de Escobedo era el secretario de Juan de Austria, el hermanastro del rey Felipe II. Cuando le informan de lo que ha pasado, no se sorprende mucho. ¿Es por qué Escobedo ya había sobrevivido a tres atentados anteriores contra su vida?¿Tan inseguras son las calles de Madrid?
Una teoría dice que el secretario personal de Felipe II, Antonio Pérez había envenenado tanto el ánimo de su rey que este consistió en la ejecución. Otros dicen que lo hizo por su cuenta, temeroso de que Escobedo denunciase al rey sus corruptelas.
La red de espías de Felipe II era una de las más espectaculares de todos los tiempos, dirigidos por el maestro de espías Bernardino de Mendoza, también embajador en cierta ocasión en Inglaterra. De hecho, todos los embajadores del siglo XVI eran jefes de espionaje que tenían que controlar una red de informadores allá donde fueran destinados. Bernardino de Mendoza fue expulsado de Inglaterra por participar en un complot contra Isabel I. Llegó a haber espías españoles en los cantones suizos y en Polonia. Pero era Felipe quien autorizaba los pagos y escogía las misiones.
Generalmente el espionaje lo llevaban una serie variable de nobles y clérigos. Pero el rey siempre receló de este sistema porque no impedía las filtraciones, así que la mayor información y responsabilidad sobre qué se hacía con ella recayó en hombres de probada confianza del entorno real: los secretarios de Estado.
Los tres más importantes con los que contó Felipe II fueron Antonio Pérez - el sospechoso de la muerte de Juan Escobedo-, Gabriel de Zayas y Juan de Idíaquez.En Inglaterra el jefe de la red de espías de Isabel II era Francis Walsingham. La red inglesa era más numerosa y brutal.
Los centenares de espías de Felipe II cobraban el sueldo correspondiente a un capitán de los Tercios y actuaban por patriotismo, afán de lucro, o ansía de aventura. Sabemos muy poco de los individuos porque los documentos del siglo XVI apuestan por defender su anonimato. Aparecen como "los que avisan", "quien mejor puede saberlo"o los"el que suele avisar".
Los historiadores los clasifican por su implicación en las acciones hostiles a las naciones protestantes. Los espías ocasionales eran "espías que, instalados en un lugar determinado, enviaban noticias a las autoridades españolas", los instrumentales eran "espían más o menos ocasionales; los captados eran subditos de una potencia enemiga que colaboraban a cambio de un jugoso incentivo; y los enlaces eran las personas que protegían a los espías y hacían de nexo entre ellos y sus jefes.
Como captado nos encontramos al pirata berberisco Uchad Alí, sucesor de Barbarroja, que negoció con España la entrega de Argel, y como enlace al abad de Urdaz, que receptaba y protegía a los espías que tenían que actuar contra los intereses de Francia.
Todos ellos están dispuestos a aceptar cualquier misión como el mercader Juan de Paz que aceptó viajar a Escocia para pactar en enlace del principe Carlos con María Estuardo. O como Juan de Oria, virrey de Sicilia, al que se le ordena recoger información sobre un ataque otomano contra la isla de Malta. O como Jorge Quempe, que actuó como enlace entre el duque de Alba y los nobles católicos de Flandes por si era posible rescatar a María Estuardo de las garras de la reina de Inglaterra.
En España había sobre todo misiones de interceptación de agentes enemigos., con órdenes como la que emitió el secretario de Estado Gabriel de Zayas contra un agente francés llamado Mateo para que no alcanzase la frontera española. En Inglaterra, las misiones iban destinadas a derrocar a Isabel I Tudor. En Flandes, preservar la hegemonía de los católicos, cosa en la que se fracasó tras una larga guerra de 80 años. En Génova se buscaba controlar a los servicios secretos franceses. En el Mianesado se trataba de interceptar a los espías que usaban el ducado como zona franca. En Francia, tanto Felipe II como María de Médicis querían detener la pujanza de los hugonotes. Y en el Mediterráneo frenar a otomanos y berberiscos, siendo esta la zona más amenazada de Europa.
Para conseguir tantos y tan variados enemigos, el fin justificaba los medios. Se falsificaba moneda para hundir las economías enemigas, se interceptaba y torturaba a los agentes enemigos y se mataba a los líderes políticos molestos.
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