lunes, 15 de febrero de 2016

NAGASAKI, VIDA DESPUÉS DE LA GUERRA NUCLEAR, un libro de Susan Southward.

En este libro, Southward sigue la vida de cinco "Hibakushas", supervivientes de la detonación de la bomba atómica de Nagasaki. El sufrimiento de estos hombres y mujeres, su coraje y resiliencia, son un buen ejemplo para nosotros, ahora que se cumplen algo más de 71 años del fin de la Segunda Guerra Mundial en Japón.

Susan; ¿Qué te llevó a escribir sobre las experiencias de estos supervivientes?

En el instituto pasé un año como estudiante de intercambio en Japón e hice un viaje a la isla de Kyushu, donde visité el Museo de la Bomba Atómica. De hecho, creo que fue una de las escasas norteamericanas que visitó ese museo por esa época y vio el alcance de la destrucción.
Luego llegó 1986. Venía un auténtico "hibakusha" a dar una serie de charlas en Washington DC. Yo quería escuchar lo que tenía que decir en señor Taniguchi Simiteru. Cuando la intérprete tuvo que ausentarse por asuntos que no vienen al caso, al final de la estancia de Simiteru en los Estados Unidos me ofrecí como sustituta.

Me sorprende mucho lo poco que sabe la gente sobre las consecuencias de las bombas atómicas en Estados Unidos.

Eso es cosa de la censura. Mucha gente de los Estados Unidos sabe lo de la detonación de Hiroshima el 6 de agosto de 1945, pero casi nadie sabe que hubo una segunda detonación. Y les chocó en 1986 que hubiera habido supervivientes.
Se ocultó información a los propios japoneses sobre las consecuencias de la radiación para evitarles problemas y hostilidad a las tropas de ocupación aliadas. Estas permanecieron en Japon hasta 1952. Los artífices de esta censura fueron el general Leslie Groves, militar responsable del proyecto Manhattan, el general Douglas Mac Arthur, el general Thomas Farrell, y el Departamento de Guerra Estadounidense. El presidente Truman y el secretario de guerra, Henry Stimson, publicaron artículos, excluyendo información sobre las consecuencias negativas de la radiación sobre la población civil. El argumento oficial es que se habían salvado millones de vidas americanas al evitar con las dos detonaciones una ocasional invasión de Japón.

Háblanos de Tamiguchi Simiteru. Era cartero en el momento de la detonación, ¿verdad?

Si; repartía el correo a los 16 años. Se ocupaba de la zona noroeste de Nagasaki. La detonación le derribó de la bicicleta y le produjo quemaduras graves en la espalda, los brazos y las piernas. Se quedó inconscente. Cuando despertó vio que los niños que jugaban unas horas antes en un parque cercano ahora eran cadáveres carbonizados. Recogió algunas cartas y buscó un lugar alto para descansar boca abajo. Lo encontró en lo alto de una loma. Estuvo saliendo de la inconsciencia y entrando dos noches hasta que lo encontró su abuelo.
No había hospitales - ni edificios en pie -en Nagasaki así que fue trasladado a un pueblo en las afueras de Nagasaki, donde recibió durante tras meses unas atenciones médicas muy básicas. De allí, como herido de guerra, se decidió que tenía derecho a ingresar en el Hospital Naval de Omura. Le dolía dormir sobre los costados o la espalda. Atrozmente. Los informes médicos decían que la piel de su espalda estaba tan deteriorada que los médicos militares podían distinguir los órganos internos de Sumiteru, incluyendo la acción de bombear sangre de su corazón. Sumitero fue dado de alta del Hospital Naval de Omura en marzo de 1949, a los 20 años.

Háblenos ahora de una mujer superviviente como Do-oh Mineko.

Do-oh Mineko era una trabajadora adolescente en el momento de la detonación. Trabajaba en la fábrica de torpedos de Mitsubishi. Cuando la fábrica se incendió, ella encontró la manera de salir pasando sobre los cadáveres de sus compañeras. Le salió una fea ampolla en la nuca y perdió todo el pelo a causa de la radiación.
Los padres de Mineko eran muy estrictos y no le permitieron salir de casa hasta los 25 años por las presiones discriminatorias que estaban sufriendo los hibakushas. Contra las tradiciones japonesas y la voluntad de sus padres, Mineko se traslado a Tokyo y probó serte como ejecutiva de Utena, la principal empresa de cosmética de Japón. No volvió a Nagasaki hasta el día que se jubiló.

¿Cómo es que discriminaron a esa pobre gente?

Por miedo a los efectos de la radiación y desconocimiento. Los adultos tenían miedo de las consecuencias de que estas personas engendraran una generación de niños deformes. Mucho hibakushas murieron solteros o se casaron con otros hibakushas. Muchos no consiguieron ningún tipo de empleo por miedo a la radiación. Las experiencias vitales como las de Mineko son la excepción, no la norma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Juicios de Dios.

 Cojamos un ejemplar del CANTAR DE LOS NIBELUNGOS, un poema épico germánico del siglo XIII. El héroe, Sigfrido, cazador de dragones, es alan...