sábado, 6 de enero de 2018

Adolescentes psicopáticos y altruístas extremos.

Abigail Marsh era una adolescente de 19 años cuando tuvo un encuentro con la muerte. Estaba conduciendo por la autopista cuando un perro se cruzó en su camino. Dio un volantazo y se salió de la carretera. Ya no pudo controlar el coche. Entonces fue que un desconocido vio las luces de emergencia, aparcó su coche y se puso en peligro para acceder al coche de Abigail, colocarla en el asiento del acompañante y hacerse con el control del volante. Después condujo por la autopista hasta poner a la muchacha en un lugar seguro. Abigail nunca supo quién era su salvador ni lo volvió a ver. Ya en la Universidad de Georgetawn estudió psicología y neurociencia para saber cuánto de aleatorio hay en la elección humana entre el bien y el mal.
Como no podía poner a personas en peligro en un laboratorio para que sacasen el superhéroe que llevan dentro se interesó por las personas que seguramente no sacrificarían su buenestar por nadie: los psicópatas. Se centró en los adolescentes.
Hizo un curso de capacitación con psicólogos forenses. Se le advirtió que se colocara siempre entre los sujetos de estudio y la puerta y que no llevase objetos afilados. Pero el primer muchacho resultó ser amable y encantador, casi salido de una agencia de publicidad. "Tenía lo que los psicólogos forenses llaman la máscara de cordura. Son amables y colaboradores mientras no dañes sus intereses o tengas algo que no puedan conseguir de tí por medios lícitos".
Abigail Mash descubrió en sus pruebas neurológicas que estos chicos tenían la amígdala, una región evolutivamente muy primitiva del cerebro muy pequeña en comparación de las personas neurotípicas. es decir del modelo psiquiátrico standar. No podían reconocer el miedo en los demás, ni siquiera sentir empatía a personas a las que dañaban. Ni lo echaban en falta.
Uno de estos chicos había arrojado una granada falsa en un supermercado para darse el gusto de ver cómo huía la gente. Abigail le preguntó si no había sentido remordimientos. El chico esbozó una sonrisa y dijo: "No fue el momento Kodak perfecto. Toda esa gente huyendo..."
También se puede hablar de una banalización del altruísmo extremo. Entendemos como altruísmo extremo ayudar a perfectos desconocidos que no te devolverán el favor, que no te conocen y que ni siquiera son del clan familiar, porque de lo contrario estaríamos hablando de lo que los científicos llaman selección altruísta familiar.
Abigail escogió a los donantes de órganos voluntarios. Había 1000 sujetos registrados en los Estados Unidos, por lo que Abigail Mash temió que no pudiera llegar a conseguir un grupo adecuado para su estudio. Al día siguiente estaba cribando, tras poner anuncios en la prensa, solicitudes para pertenecer al grupo de estudio.
"Los donantes altruístas extremos consideraban que donar un órgano porque sí era lo más normal del mundo. Cuando les pregunté por qué lo hacían, dijeron que era la educación que habían recibido de sus padres. Les pregunté si sus hermanos hacían esas cosas por l os demás, y dijeron que no, pero que no podían explicar por qué".
En las pruebas neurológicas Abigail Marsh demostró que los altruístas extremos tenían una amígdala más grande que la del neurotípico standar. Eran más empáticos y conscientes del miedo y de la angustia de los demás.

Libro: EL FACTOR MIEDO.
Autora: Abigail Marsh.

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