La desclasificación de secretis oficiales es una pesadilla para los Gobiernos, como ha puesto de manifiesto la promesa incumplida de sacar a la luz todos los documentos acerca del asesinato del presidente Kennedy.
La verdad nunca caduca, pero si se retrasa su conocimiento por parte del público pierde su capacidad para hacer daño.
Donald Trump es el actual presidente de los Estados Unidos. En 2017 anunció que no se desclasificarían los documentos sobre el magnicidio de John Fitzgerald Kennedy, contemplada por una ley de 1992 que obligaba a hacerlos públicos al cabo de 25 años. Los historiadores ya se frotaban las manos. ¿Actuó solo Harvey Oswald o hubo más tiradores implicados en la Plaza Dealy? ¿Hubo una conspiración, como interpreta el Comité Selecto de la Cámara?
Los historiadores se han quedado chasqueados porque Trump no ha desclasificado todos los documentos que deseaban, y aún así lo que están disponibles desde el mes pasado están censurados por los Servicios de Inteligencia. Aún así, han salido a la luz 30.000 documentos El 88 por ciento del material oficial sobre JFK ya era público. Otro 11 por ciento ha sido parcialmente desclasificado. No sabemos nada del 1 por ciento que importa de verdad.
En los miles de documentos nuevos desclasificados hay un informe de un confidente del FBI, llamado Bob Janderslice, que habló por teléfono con Jack Ruby la mañana del 11 de noviembre de 1963. Ruby le preguntó "si le gustaría ir a la Plaza Dealy para ver los fuegos artificiales". Entre los actos para agasajar a Kennedy no había ninguna demostración de pirotecnia. Es más, la limosina presidencias fue tiroteada a su paso por esa plaza.
Otra testigo, una actriz de televisión llamada Karim Kuplinet, dijo haber visto a Oswald y a Ruby charlar en un club nocturno como si se conocieran. Kuplkinet murió en circunstancias no aclaradas seis días después que el presidente, así como decenas de testigos y posibles conspiradores después del magnicidio.
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