sábado, 16 de noviembre de 2019

Viena. 1913.

Durante unas semanas, la capial del Imperio Austrohúngaro cobijó a cinco personajes que marcaron el siglo XX. Entonces, solo algunos se conocieron. Años más tarde, los caminos de Stalin, Freud, Trotsky, Hitler y Tito se cruzarían en forma de guerra, exilio y muerte.


Viena, inicios del año 1913. Un joven llamado Stavros Papadopoulos sale de la estación de tren y pide a un transeunte las señas de la casa de los Trajanowski. En la maleta lleva los borradores de un panfleto que se titulará EL MARXISMO Y LA CUESTIÓN NACIONAL. Se trata de Stallin, que en realidad se llama Iosiv Dzugasvili Vissarionovich.

En esas semanas de enero. Stalin conocería a otro paisano, Lev Davidovich ( apellido que robó a su carcelero). Había llegado a Viena en 1907 y se hospedaba en el distrito 19; había relanzado el periódico Pravda desde una oficina de Mariengasse. A Trotsky se le podía encontrar revisando sus niotas en el Café Central, situado en los bajos del Palacio Ferstel. Trotski habla del primer encuentro con Stalkin, que entonces era conocido entre los revolucionarios rusos como Koda.  Estaba en una meda cuando se abrió una puerta y un desconocido entró (...)Era bajito, delgado, de piel grisacea, con marcas de viruela en la cara. Nada en sus ojos trasmitía amistad.

Todo el mundo acudía al Café central. También un mecánico de automóviles croata llamado Tito. También, las pocas veces que podía permitírselo, un joven aspirante a pintos que malvivía en una pensión piojosa (literalmente) llamado Adol Hitler.

Tito trabajaba como probador de coches en la factoría que Daimler tenía en Wiener Neustadt, una localidad al sur de la capital. Antes había trabajado en la fábrica Benz de Manhein (Alemania) y en la de Skoda de Pilsen, Chequia. Se había empapado en todos estos lugares de teorías marxistas que le ayudarían en un futuro todavía improbable a vencer a los alemanes de Hitler en la batalla del Neretva y a mantener la influencia de Stalin alejada como líder de los Estados No Alineados.

Queda como recuerdo de lo malas que eran las relaciones entre Tito y el líder de la Unión Soviética esta carta: "Deje de enviar personas a matarme; ya hemos capturado a cinco, uno de ellos con una bomba, y otro con un rifle (...) Si no deja de enviarme asesinos, enviaré a uno a Moscú, y no tendré que enviar un segundo".

Todas esas personas que se saludaban y bebían juntas con amabilidad no tardarían ni treinta años en hacer saltar Europa a sangre y fuego. Stalin encargaría el asesinato de Trotsky y el de toda su familia a Ramón Mercader. También intentaría en cinco ocasiones matar a Tito, que luchó contra las tropas del pobre Herr Hitler, al que nadie miraba dos veces sin compasión en Viena, en la batalla del Neretva.

Herr Hitler se anexionaría Austria y haría exiliarse para siempre a otro de los parroquianos del Café Central, un señor de mediana edad, judío, llamado Sigmund Freud. El Hitler de aquella época no era antisemita todavía, pero tras su experiencia en la Primera Guerra Mundial se convertiría en el que todos recordamos.

Freud acudía al Central, pero tenía predilección por el muchísimo menos bohémio Lantmann, pues el perseguía el conocimiento en lugar del poder. Su sala de psicoanálisis estaba situada en su domicilio de Bergasse 19.

Antes de la familia Freud, el inquilino de Bergasse 19 fue un político, Víctor Adler, el notable líder del socialismo austriaco, que años antes  había ayudado a Trotski con el papeleo para que pudiera refugiarse en Londres. Una conversación documentada por el historiados P.P.V. Taylor entre Adler y el ministro de Exteriores de la época, el conde Berchtold se desarrolla así. El lúider socialista le dice que una guerra mundial provocaría una revolución en Rusia. El conde preguntó: "¿Quién la lideraría, si se produjera?", a lo que Adler responde: "Quizá el señor Bronstein, que se sienta en una mesa del Café Central".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gau Beltza: el Halloween del País Vasco.

 Antes de la introducción de Halloween, una festividad de origen cela, Euskadi ya celebraba su festividad negra. Poblaciones como Ondarroa, ...