El 26 de abril de 1986 tuvo lugar el peor accidente nuclear que el mundo ha conocido, cuando el reáctor número 4 de la Planta Vlámimir Illich Lenin de la central núclear de Chernóbil estalló. El infierno había comenzado. Tal desastre agudizó la crisis de la Unión Soviética y minó la confianza del mundo desarrollado en la energía barata de las centrales nucleares.
Habían pasado 41 años desde que el piloto de bombardero Paul Tibbets a los mandos del Enola Gay ordenase lanzar la primera bomba atómica contra la desprevenida ciudad de Hiroshima. Pero en esta ocasión la radiación fue 400 veces superior.
Anatoli Diátlov, el ingeniero jefe de Chernóbil, había dado la orden de iniciar las labores de mantenimiento en uno de los cuatro reactores de la central. Pero en esa ocasión los técnicos llevarían a cabo una prueba postergada en varias ocasiones para la que no estaban preparados. Diátlov quería averiguar si el reactor podría enfriarse manteniendo la misma potencia que si fallaba el suministro eléctrico. Aunque se intentó apagar el reactor introduciendo barras de grafito, este colapsó en medio de una explosión. El infierno se había desatado.
El suelo empezó a temlar, la potencia del reáctor se decuplicó diez veces su potencia en condiciones normales y una explosión voló la cubierta de 1200 toneladas del reactor que lanzó uranio y grafito al perímetro exterior del complejo. El vapor radiactivo empezaba su destructiva labor en los alrededores.
La rápida actuación de los bomberos y los técnicos evitó que las llamas hiciesen colapsar los restantes tres reactores. Lo que nadie les dijo a los bomberos de la localidad de Pripiat es que estaban ingeriendo partículas radiactivas a través de la piel y los pulmones, un veneno que los mataría en pocos meses...
Dos personas murieron durante el incendio y 28 más lo harían durante las semanas posteriores. El caos y la desinformación hicieron su agosto. Ocho horas después de la explosión nadie se había atrevido a informar al Secretario del Comité Central, Mikhail Gorbachov.
A tres kilómetros de la central se encontraba la ciudad de Pripiat, de 50.000 habitantes. Se les evacuó 36 horas después pero nadie les informó que durante ese lapso de tiempo habían absorbido 50 veces la radiactividad que una persona normal podría asumir a lo largo de su vida. La mayoría acabaría muriendo de dolorosas enfermedades terminales en los años siguientes. En Pripiat solo quedaron la guarnición militar y una comisión de físicos, cuya misión era paliar la crisis atómica.
La Unión Soviética envió durante los meses siguientes a más de 500.000 liquidadores, hombres jóvenes que "liquidarían" o paliarían las consecuencias de las decisiones de Diátlov, supuestamente a cambio de un coche que jamás recibieron, un diploma de liquidador de Chernóbil y 100 rublos. La mayoría murieron de enfermedades autoinmunes durante las tareas o durante las semanas siguientes. Todo el mundo sabía en la Unión Soviética que ofrecerse a trabajar en el sellado del Reáctor 4 o en las tuberias para refrigerar el magma radiactivo era una condena a muerte a medio plazo pero nadie se negaba porque las alternativas eran peores para la población civil.
Las máquinas se volvían locas, era peligroso volar sobre el reactor 4 y los rumores y controles científicos en Suecia, Finlandia, o La India estaban a punto de crear una grave crisis internacional si la URSS no compartía una información con los países afectados que era suicida recabar.
Se diseñó un sarcófago radiactivo de 76 metros de alto para aislar el reactor 4. Una estructura que a los 20 años de construirse ya tenía serias grietas y fisuras. En 2017, el reactor 4 fue recubierto por un juevo sarcófago. Este contendrá la reacción durante otros 100 años, aunque las consecuencias seguirán adelante durante otros 300.000 años, como mínimo, Es posible que la especie humana no dure tanto tiempo sobre el planeta
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