viernes, 3 de enero de 2020

JOJO RABBIT. (2019) Descojonándose del nazismo sin caer en lo grotesco.

Jojo Rabbitt es un niño alemán, o en el peor de los casos, austriaco, que acaba de ingresar en las Juventudes Hitlerianas. Su padre está lejos, en el frente, desaparecido, y su madre, Rosie (Scarlett Johanson) esconde a una adolescente judía, Elsa, en el ático.

Jojo Rabbitt es la versión del Greg de los libros infantiles trasladada al universo del Eje. Su anigo real, Yorki, y él tienen que defenderse de los matones desde el momento en que Jojo fracasa a la hora de matar a un conejo. Y además tiene el mejor amigo imaginario que un niño alemán pueda tener en 1944: el mismísimo Adolf  Hitler, que sustituye al padre ausente.

Los tutores del campamento de las Juventudes Hitlerianas ponen en manos de los niños armas y explosivos como si se tratase de una diversión. El director de la cinta - y el que interpreta al Hitler imaginario- es una actor con sangre judía y maorí en las venas. Lo que hace que nos riamos viendo a los adultos decir y hacer las mayores estupideces, esas que fueron trágicas en la vida real, y nos descojonemos de ellos. Casi lamentamos que la guerra no durase un par de años más para verlos hacer el tonto más a su sabor.

Mientras vemos los desastres que origina Jojo tratando de ser el nazi que los adultos desean que sea, presenciamos como se resiste a denunciar a Elsa, a la que ve como la hermana mayor muerta en un bombardeo. La adulta sensata, junto con su madre, en todo el maremagno de estupideces racistas, militaristas y antisemitas que Jojo tiene que escuchar como si fuera algo divertido, una forma de hacerse mayor sin más trascendencia. Al fin y al cabo, los adultos lo saben todo, ¿no?

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