martes, 24 de marzo de 2020

Hannah Arendt y la banalidad del mal.

En 1961 la Corte Penal del nuevo estado de Israel está juzgando a Eichmann, uno de los máximos responsables del abastecimiento de gas Ziklón B, un compuesto basado en el ácido prúsico, a los campos de concentración. Israel no existía cuando se juzgó y ejecutó a los principales jerarcas del régimen nazi pero con Eichmann van a hacer un escarmiento ejemplar.

Entre los presentes en la Sala Penal está la filósofa política - pese a que ella rechace esa etiqueta- Hannah Arendt. Ella no ve a Eichmann como el monstruo fanático y sediento de sangre que el Fiscal plantea. Solo ve una persona normal, que se metío en una dinámica de pensamiento colectivo perversa, con toda la incencia del mundo. Era culpable, porque pudo habese rebelado y asumir las consecuencias o , por lo menos, no haber colaborado. Pero no lo hizo y merece estar allí, en el banquillo de los acusados. Es culpable pero no malvado.

Arendt conocía de veras la cuestión. Había sido amante de Heidelberg, el filósofo de cabecera de Hitler, había tenido la suerte de abandonar Alemania a tiempo y había terminado internada en el campo de Gurs. "Son curiosas las cosas. Cuando te meten tras una alambrada tus enemigos, estás en un campo de concentración. Cuando son tus aliados los que hablan de alambradas y torres de vigilancia para tí, y de entregarte al enemigo común, estás en un campo de internamiento", diría con amargura.

Arendt logró escapar del campo de Gurs y huir a Estados Unidos, donde no tuvo derecho a la ciudadanía hasta 1951. Estudió los procesos mentales y sociológicos que llevaban al totalitarismo, como lo eran el régimen de Stalin o la Alemania nazi. No consideraba totalitaristas el gobierno franquista o el de la RDA, ni la Unión Soviética posterior a Stalin.

Pero volvamos al banquillo de los acusados y a Eichmann. Este colaboró porque ser malvado era defraudar los sentimientos del sistema, representado por Hitler, al que nunca conoció. Jamás pensó en las consecuencias de sus acciones hasta que terminó la guerra y huyó a Argentina. Aún en 1961 afrmaba que su trabajo consistía en obedecer para ganarse el sueldo y proteger a su familia.

Arendt piensa en que la mayoría de los alemanes, tanto en la Alemania Federal como en la RDA ya no piensan en su comportamiento durante la guerra. Aceptaron las órdenes de Hitler mientras les beneficiaron y lo expulsaron de sus vidas cuando este dejó de ser beneficioso o las promesas del Régimen se volvieron demasiado costosas en su precio de sangre. Pero no se rebelaron. Gente que había quemado sinágogas ahora seguía el juicio con desinterés, y atendía en sus negocios a las personas que habían perseguido con saña. Como si el nazismo no hubiese ocurrido. La banalidad del Mal.

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