lunes, 23 de marzo de 2020

El culto del Santo Niño de Cebú.

Enero de 2012. Camerún. Un grupo de furtivos a caballo cruzan la frontera desde Chad y entran en el Parque Nacional Bouba Ndjidah. Allí matan cientos de elefantes con lanzagranadas y fusiles de asalto. Caen 50 elefantes. Es una de tantas carnicerías alimentadas por un factor insospechado:  un fervor religioso que se traduce en Asia, tanto para católicos como budistas en el apetito por los objetos de culto de márfil.

Filipinas. Un año cualquiera. Monseñor Cristobal García dirige un extraño ritual católico que tiene como centro la figura de madera del Santo Niño de Cebú, una figura que representa al Niño Jesús. La ceremonia se denomina Hubo, que significa "desvestir". Varios monaguillos quitan con solemnidad,, y por cierto orden, las capas de tela de una figura del Niño vestido de rey, que es una réplica de otra, que según la tradición, usó Magallanes para inducir a los nativos tágalos a aceptar el cristianismo. Los monaguillos cubren pudorosamente la figura desnuda y Monseñor Cristobal García sumerge el cuerpo en varios recipientes de agua que pasa a ser bendita.

La figura de madera original se halla en una caja con cristal antibalas en la Basílica Menor del Santo Niño de Cebú. Es tal el fervor que los filipinos sienten por esta imagen que un sacerdote tuvo que presentar su renuncia por decir que las imágenes del Niño, la Virgen María y los Santos no son mas que estatuas de madera, márfil y escayola.

En 2011, el presidente de El Líbano, Michel Sleiman,regaló a Benedicto XVI un incensario de márfil y oro. El Vaticano no ha firmado el acuerdo de CITES por el que no se permite comerciar ni aceptar regalos de márfil, por lo que el  Papa anterior aceptó el regalo. En 2007, la presidenta de Filipinas regaló al Papa Juan Pablo II una réplica de márfil del Santo Niño de Cebú. Incluso el presidente de Kenya, terror de los furtivos y de los traficantes de márfil, ha llegado a regalar a Juan Pablo II un colmillo de elefante.

Los coleccionistas de figuras religiosas de márfil, tanto asiáticos como estadounidenses, prefieren el márfil ilegal, es decir posterior al Convenio Cites de 1989, al legal, es decir, los objetos anteriores. Los compradores envejecen el márfil ilegal tintándolo con café y ocultan las piezas ilegales entre ropa interior usada manchada de ketchup, con la confianza de que los agentes de aduanas no fisgarán allí. Los sobornos en un país de funcionarios corruptos como Filipinas permiten a los malasios introducir el márfil cazado furtivamente como sacarlo del país a los compradores.


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