miércoles, 22 de marzo de 2023

Arin Yoon, esposa de un marine estadounidense.

 Publicado el 10 de septiembre de 2021.

"La guerra ha terminado. ¿Cómo te sientes" le pregunró Arin a si esposo John el 31 de agosto de 2021. El día anterior las tropas estadounidenses abandonaban Afganistán tras reconocer que su actuación solo había servido para financiar la cleptocracia de las tribus que gobernaban Kabul, la capital. John es oficial de infantería en el ejército de los Estados Unidos. "Durante todo el tiempo que ha transcurrido desde que nos casamos siempre ha habido guerra, de una forma u otra", reconoce Arin.

"Bien, supongo".

Había alrededor de 800.000 estadounidenses replegados en Afganistán. Durante los 20 años que lucharon allí, la guerra de Afganistán solo ha sido un crepitar de fondo para los civiles estadounidenses. Con el 20º Aniversario del Atentado de las Torres Gemelas y las noticias de la ignominiosa retirada, los civiles lo han recordado. Pero para las familias militares los guerrilleros talibanes y los insurgentes urbanos de Iraq han sido una constante en sus pensamientos.

El número de militares que tenía Estados Unidos en 2021 representa la proporción más pequeña que ha tenido desde que John Adams fundo la Academia de Oficiales de West Point en 1802. Durante la Segunda Guerra Mundial lucharon o se alistarón el 14 por ciento de los estadounidenses. A Vietnam, a pesar de las levas, solo acudió el 9,7 por ciento. Ahora, a las guerras del siglo XXI, solo se presentan a combatir el 1 por ciento de la población. La mitad tiene familias. Las guerras de los Estados Unidos no solo tienen un impacto en los 1,3 millones de militares de servicio sino sobre el 1,6 millones de civiles que forman parte de sus familias.

Los miedos, las responsabilidades y la soledad se heredan, puesto que el 80 por ciento de los marines tienen un familiar de la generación anterior más o menos cercano que ya ha servido en el ejército. Esta especiae de endogamia ha abierto una brecha entre militares y civiles.

Arin conoció a John en 2011, a través de sus amigos comunes. Acababa de salir de un periodo desplegado en Afganistán. Arin estaba ese verano trabajando en una organización de educación artística en Carrington, Granada, en el Caribe. John tenía permiso durante dos semanas y decidió colaborar con Arin. Terminó coordinando deportes y actividades para los chicos/as del lugar.

Tras la boda Arin se trasladó desde Los ángeles a Fort Irwin en California. Es el centro nacional de entrenamientos para las tropas de infantería de los Estados Unidos antes de que se desplieguen en el frente.

Cuando Arin miró por la ventana de su muevo apartamento podían ver a grupos de soldados de diferentes unidades haciendo ejercicio físico y los vehículos blindados y los tanques pasaban por su calle con gran estruendo. Como Arin es fotógrafa decidió hacer fotos de todo aquello para documentar la vida en una base militar. "No estaba seguro de si eso estaba permitido pero ningún oficial me ha llamado la atención. Hasta hoy".

Nada le preparó para tener un marido militar. Arin buscó en Google "ESPOSA MILITAR" y "CÓNYUGUE MILITAR" y encontro fotografías patrióticas y algunas historias de las secuelas del stress postraumático.

Pero lo curioso es que la mayoría de las preocupaciones de los civiles que viven en las bases militares no son compartidas por los civiles.  Un civil se queja de los precios de la gasolina y de la política local pero no sigue las noticias acerca de las diferentes guerras contra el terror, salvo cuando ha pasado algo grave o gravísimo. Los militares se sientes ansiosos con la llegada del correo y los niños siguen las guerras marcando banderitas en un mapa y recuerdan la historia bélica reciente por familiares de amigos caídos en combate, heridos o que ya no volvieron siendo las mismas personas.

John es le fotógrafo oficial de su unidad. Arin no sabe mucho de lo que pasa en el frente, no sabe porque si  su marido John no quiere que sus propios traumas se conviertan en los de su esposa. Una vez mirando las fotos de los momentos distendidos de su unidad en Afganistán, John se achó a llorar. Poco despùés Arin supo que las botas y el rifle que aparecían sin aparente dueño en una ceremonia religiosa eran de un compañero dde John, caído en combate el día anterior.

John a veces habla en sueños. Dice cosas como "!Que vengan los helicópteros!" o "Necesitamos una ruta de retirada". Se sobresalta con los ruidos fuertes, sobre todo con los estallidos pirotécnicos del 4 de julio. A Arin le preocupa que estos traumas se desarrollen de alguna manera en el desarrollo psicológico de sus hijos, como parte de una psicología heredada.

Una amiga de Arin, Kerry Manneck, dice que una parte de su marido se quedó en Afganistán. "Sé que de alguna manera aún me ama a mí y a nuestras dos hijas, pero ya no es el Rei del que me enamoré y con el que me casé".

Otro problema son las ausencias del padre durante los periodos de servicio en el extranjero. Para un niño de corta edad ya no es un problema. Papá está y de repente ya no, pero hay niños de 4 años que se acobardan cuando ven entrar por un corto espacio de tiempo en sus vidas a un extraño que se supone que es su padre. O es lo que todos los adultos de su entorno aseguran.

Otro problema son las constantes mudanzas. Cada pocos años las familias militares tienen que mudarse a un campamento militar nuevo. Los niños tienen que dejar a sus amigos y profesores. Pero muchos de los chicos que había antes también se han ido o se irán en breve. Las madres militares con hijos  en edad escolar suelen decir a sus hijos:"¿Quién sabe? Quizá Fulanito, al que no ves desde hace cinco años, esté en la nueva base a la que nos destinan".

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