viernes, 5 de julio de 2024

Los dragones de Komodo.


El dragón de Komodo es un varano - un lagarto gigante- que puede medir entre uno y tres metros y alcanza una velocidad de 19 kilómetros por hora. Embosca a sus presas, ciervos, jabalíes y ganado doméstico, a los que mata con su saliva venenosa y anticoagulante, de un bocado. Si la presa huye, no es un mayor problema para este rey de los varanos, porque la más que presumible infección matará a la presa. Empieza a devorarla por el vientre, o le arrancará una pata. Ver comer a un dragón de Komodo no es un espectáculo agradable. 

Los habitantes de la isla de Komodo tienen una leyenda acerca de estos varanos, a los que respetan a pesar de que muchas veces son sus cabras las que mueren a manos de estos dragones de Komodo. Un príncipe quiso cazar a uno de estos lagartos, pero su madre, la reina Dragona, detuvo su mano en el último momento:" No mates a este animal. Es tu hermana Orah. Os parí a la vez, Considérala tu igual, porque sois sebai, gemelos".

Los ataques a humanos, producidos por la perdida de hábitat y presas salvajes, son infrecuentes pero se producen. En 2012 un dragón de Komodo de dos metros de largo entró en un puesto forestal y mordió a los dos guardabosques de guardia en la pierna izquierda. Los servicios de emergencias trasladaron a los dos hombres a Bali para prevenir la infección. Se recuperaron. Una ama de casa de 83 años echó a patadas y escobazos a un ejemplar de tres metros de su casa. El dragón le mordió la mano y le tuvieron que poner la vacuna del tétanos y darle 35 puntos.

Otro incidente acabó con la vida del humano, un chaval llamado Mansur. Se metió tras unos matorrales para orinar, en medio de un partido de fútbol, y eso - el olor del pis- atrajo el interés del dragón de Komodo que lo mató a mordiscos. Mansur murió desangrado.

Claro que los dragones de Komodo no son siempre hostiles con las personas. Algunos encuentros son inofensivos y los varanos solo muestran curiosidad. Un estudioso de estos reptiles, Walter Auffemberg, conservador del Museo Estatal de Florida, acampó durante trece meses en la isla para observar a estos lagartos. Uno de ellos le lamió la grabadora, la navaja y los pies. El zoólogo le correspondió dándole golpecitos en la cabeza con un lápiz. Otro " se desperezó a la sombra (...) y puso la pata delantera sobre mi pierna mientras yo dormitaba" Auffemberg lo instó a que se marchara sin más incidentes ni resistencia a hacerlo por parte del dragón de Komodo.

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