lunes, 2 de febrero de 2009

Arimán, Satán para los amigos

El pueblo judío no desarrolló la escatología actual de la noche a la mañana. Hacia el siglo V a de C, se solía representar a Dios como un fuego que chisporroteaba pero no quemaba (Libro del Éxodo). Elías sintió la divinidad como una suave brisa. Lo cierto es que contrasta mucho con la imagen de un dios que envía una osa a despedazar a 40 muchachos o mata a los primogénitos de Egipto. Supongo que los hebreos de la Antigüedad usaban esas ideas para fomentar su orgullo cultural a través del monoteismo, frente a pueblos con más medios que el suyo.
En todas las culturas antiguas el infierno simplemente era un lugar donde se hallaban las almas de los muertos. En China, por ejemplo, los "demonios" eran una especie de espíritus funcionarios que determinaban qué tormentos debía pasar el alma del difunto antes de encarnarse en otro cuerpo. Los egipcios tenían un monstruo con cuerpo de hipopótamo y rostro de cocodrilo que desgarraba para siempre los cuerpos de las almas indignas. Las condenaba a la nada.
En el siglo V a de C, el rey Nabudoconosor de Babilonia conquista Israel. Traslada a Babilonia a los judios que viven en el sur. Tras un breve conato de resistencia pasiva a los dioses babilonios protagonizado por Daniel, el rey persa Ciro conquista la ciudad.
Ciro ha oído las predicaciones del profeta Zoroastro, que trata de introducir el monoteismo en el país. A partir de ese momento sólo habrá un dios para los persas, Ahura Mazda, que es fundamentalmente bueno. Como todavía tiene que luchar contra los sacerdotes de los antiguos cultos, inventa una manifestación negativa de Ahura Mazda, que responde al nombre de Arimán.
Y de esta forma, los judíos, por medio del sincretismo, aceptan la idea de la existencia de los ángeles y de una especie de Dios del mal, que se convertirá en Satanás.
Poco después, Nehemías, un copero semita del rey, recibe permiso para volver con su gente al sur de Israel y reconstruir el templo de Jerusalén.

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