domingo, 17 de enero de 2010

Avatar, de James Cameron.


Esta película de corte fantástico destaca por la enorme contribución tecnológica que se ha hecho para probar nuevas cosas de cara al cine de palomitas. Está claro que con un gasto mayor y un poco de talento se pueden contar mejores historias.

A ratos, el villano del filme, un rudo general de marines, me recordaba la imagen que los suboficiales del Ejército de los Estados Unidos querían dar de ellos mismos durante la guerra de Vietnám. "¿Quieres soltar adrenalina por los codos, y hacer todas las gamberradas de machito que la debilitante y pija sociedad pacifista no te permiten hacer? Pues alístate en los Marines. Te convertiremos en un hombre".

Ayer estuve viendo un documental sobre los oficiales del Pentágono, y están demasiado alejados de ese perfil de brutote militarista, que hace y dice lo que quiere y cuando quiere, porque es más duro que nadie. Creo que los militares de los Estados Unidos deberían revisar esa propaganda ponzoñosa que les hacen desde la industria del cine. Se ahorrarían un pastón en la tramitación de consejos de guerra.

La película contrapone una sociedad altamente tecnificada - la nuestra- contra un grupo de clanes de cazadores - recolectores por el control del planeta Pandora. En el filme de James Cameron ganan los nativos. La triste realidad es que ningún grupo de cazadores recolectores ha ganado una batalla contra nadie que domine la agricultura. Convivir con ganado te hace ser más inmune a las enfermedades que cazando lo que comes. Los campesinos están mejor alimentados y pueden desarrollar estructuras sociales más complejas.

Así que en la vida real no habría batalla por el planeta Pandora. Los Na´avi caerían enfermos de gripes y constipados letales antes incluso de saber que los forasteros no son buenos. Unos terrícolas que dominan la industria, por fuerza, no se irían tras la primera batalla, sino que dejarían avanzadillas y volverían oleada tras oleada. No hay lugar donde los Na´avi puedan esconderse.

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