sábado, 6 de marzo de 2010

El fraude del gigante de Cardiff.


"Por aquel entonces, había gigantes en la Tierra, y también los hubo después de que los hijos de Dios se unieran a las hijas de los hombres y ellas les dieran hijos: éstos fueron los héroes de la Antigüedad, hombres famosos".



GÉNESIS 6: 4




Os voy a hablar del mayor estafador de todos los tiempos, un sujeto llamado George Hull. Su historia comienza en 1869, cuando acepta la invitación de comer con su hermana. Allí se encuentra un predicador de la localidad de Cardiff, en el estado de Nueva York. Después del copioso agape, los dos hombres empiezan a debatir sobre la posibilidad de que en los tiempos bíblicos existieran gigantes.


Aunque para el reverendo, sólo es una forma de debate erudito, para Hull es la génesis de una idea. Compra en una cantera un pedazo de granito de 4 metros de largo, 2,5 de ancho y 55 centímetros de profundidad. La excusa esgrimida es que se dispone a encargar una estatua del presidente Lincoln, asesinado pocos años antes.


El traslado de la estatua es épico, con varios vagones averiados y costosas reclamaciones de la empresa ferrovieria. Un escultor fabrica una estatua de un gigante en postura de agonía. El astuto Hull entierra la estatua en los terrenos de la granja de un primo suyo. Los dos parientes acuerdan bajo juramento que no hablarán del asunto durante un año.

Pasado el plazo llega el momento en que el primo de Hull encarga a unos braceros de la región que excaven un pozo, justo donde sabe que se toparán con la estatua. Efectivamente.

El revuelo que se arma es tal en la, antes tranquila, población de Cardiff que nuestro empresario tabaquero decide exhibir la estatua a cambio de 50 centavos por visitante. En los primeros 20 días de exhibición de su peculiar barraca de feria recauda 7000 dólares, una fortuna para la época. Un grupo de empresarios le ofrecen a Hull 30.000 dólares por el 73 por ciento de las acciones de su negocio de feriante.

Los científicos visitaron la estatua durante una gira por diferentes lugares de la Unión. El afamado paleontólogo Otheniel Marsh, de la Universidad de Yale, olvidó a su rival de la "llamada guerra de los huesos", un tal Edward Drinke Coope, y definió la estatua como un simple muñeco de yeso torpemente trabajado por un escultor chapucero. El doctor Oliver Wendell Holmes, un eminente anatomista de Boston, se atrevió a hacer algo inesperado. Taladró un agujero detrás de la oreja del Gigante de Cardiff y comprobó que no había ningun cerebro fosilizadoni, de hecho, bóveda craneana. Hull estaba perdido.

De hecho, para redondear los problemas de nuestro timador, en Nueva York había aparecido un competidor: el magnate de las barracas de feria P. T. Barnum, que exhibía su propia reproducción del Gigante como si se tratase del auténtico. Hull denunció a Barnum, y el asunto acabó en los tribunales. El juez, un hombre sensato, decidió que no se podía penalizar a nadie por falsificar una falsificación.

La estatua siguió apareciendo en ferias y carnavales hasta 1948, cuando la Asociación Histórica del Estado de Nueva York la adquirió para exhibirla en el Museo de los Granjeros de Cooperstown, Nueva York.

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