miércoles, 13 de marzo de 2013

Renuncias papales.

Los primeros casos de renuncia al trono y a la posesión de la silla papal se remontan al siglo III, en plino bajo imperio romano. Maximino Severo, el primer emperador de origen bárbaro ha obtenido el poder deponiendo al amterior, Alejandro Severo. En esos precisos momentos, el obispo de Roma es un tal Ponciano. Aunque todavía el cargo no tiene los rasgos que no son familiares hoy, como líder único de la Iglesia, Maximino lo considera un auxiliar del hombre que ha derrocado con sus legiones y le anuncia que será condenado a trabajos forzados. Ponciano renunciará a su puesto al frente de la Iglesia en Roma y partirá hacia un destino que le conducirá a la muerte. Es el primer caso.
Liberio renunció ante las presiones del emperador Constancio para que se implantase el arrianismo en Roma. Liberio se niega a considerar semejante herejía y es enviado al exilio. Aunque más tarde su puesto al frente de la comunidad cristiana romana le será devuelto.
Un día el público asiste al circo, donde entre un combate de gladiadores y el siguiente, estalla: La consigna es "Un solo dios, un solo obispo". Por esta razón, y temiendo una revuelta, Constancio hace volver a Liberio.
Este papa todavía tendrá que lidiar con Juliano el Apóstata, un jefe militar que desea el retorno de los valores paganos. Después, en el Edicto de Tesalónica de 380, el emperador Teodosio convertirá el cristianismo en la religión oficial del Imperio.
El Papa Celestino V observó en 1294 que la Iglesia Católica, por puro inmovilismo no había legislado sobre el caso de que el Papa quisiese dejar su puesto, por las razones que fueran. Así que legisló que el proceso de selección del sucesor sería el mismo que en caso de muerte, y tres días después renunció él mismo.

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