miércoles, 20 de mayo de 2015

El Congreso de Viena.

Napoleón, tras el desperdicio de vidas humanas que fueron su deseo de invadir España y su desastrosa retirada de Rusia, estaba acabado. Su idea de a gloria de Francia ya no era compartida por muchos ciudadanos franceses, ni por el resto de las potencias europeas. Así que lo encerraron en Elba, una pequeña isla del Mediterráneo, con una pequeña corte.
El conde de Metternich convocó aquella primavera de 1815 en Viena un congreso internacional para decidir qué hacer con Francia y cómo restaurar el orden anterior a la Revolución Francesa. El Congreso de Viena fue una francachela celebrada por medio de pequeñas mesas de trabajo en torno a pequeñas cuestiones concretas. Los diplomáticos de la Sexta Coalición Antinapoleónica se reunían en banquetes y bailes.
Francia quedó reducida a sus fronteras anteriores a la batalla del molino de Valmy en 1792.
 Dinamarca fue castigada por su política pro francesa, con la pérdida de Noruega, que fue anexionada a Suecia.
 Gran Bretaña ocupó Malta.
 España restauró la rama borbónica en el trono pero fracasó en lograr que Gran Bretaña apoyase sus pretensiones de conservar las posesiones de ultramar. Talleirand, ministro de exteriores de Luis XVIII, dijo que el jefa de la diplomacia española era "un inepto" por no recordar que era precisamente Gran Bretaña la que quería desmantelar el Imperio Colonial Español. Mas suerte tuvieron los portugueses, que vieron confirmada su soberanía sobre Brasil y el Algarve.
En el este de Europa todos tienen miedo de que el zar decida expandir sus territorios, así que se le ofrece gran parte de Polonia y se permite su anexión de Finlandia para aplacar sus apetitos territoriales. Prusia toma el control de Sajonia, Besarabia, parte de Polonia y Renania. Austria pierde sus territorios en los Países Bajos, especialmente Bélgica, que es anexionada por los flamencos. Pero subtraya su soberanía sobre el Tirol y sus otros territorios italianos, así como sobre Dalmacia, en la actual Croacia.
San Marino se independiza y Suiza remarca su proverbial neutralidad.
La Santa Alianza, cuyo propósio era pacificar Europa, fue un fracaso. En efecto, consiguieron que Europa no estuviera apiñada en torno a un centro revolucionario y francés, pero tuvieron que hacer concesiones. Los ciudadanos de las revoluciones burguesas aprendieron argumentos para luchar y rechazar el autoritarismo del Antiguo Régimen, y los déspotas de esta nueva época aprendieron que si querían medrar, e incluso sobrevivir en el mundo postnapoleónico, debían apelar a los sentimientos de las clases medias.
Muchas ideas de la Revolución Francesa habían sido toleradas por estos gobernantes porque sin ellas no hubieran podido modernizar sus sociedades lo suficiente como para derrotar a Bonaparte tanto en el campo de batalla como fuera de él. Irónico, ¿no es verdad?

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