viernes, 22 de enero de 2016

Miguel de Piedrola y Lucrecia de León; los videntes que pusieron en jaque al Imperio Español.

No se sabe quién fue el padre de Miguel de Piedrola. El recién nacido fue entregado a un sacerdote, Juan de Órbigo. Era una costumbre muy habitual en el Siglo de Oro que los hijos de relaciones extramatrimoniales de los Grandes de España se criasen ajenos a su condición. El propio Juan de Austria se crió como un niño de baja condición que respondía al nombre de Jeromín.
Por una travesura no especificada Piedrola se escapó de la casa del padre Órbigo y sobrevivió como mendigo, aprendiz de ollero y compañero- sirviente de otro sacerdote del que sabemos que le pagaba con aceite y poco más.
Para huir de las miserias de la condición de pícaro, Piedrola se trasladó a Barcelona donde el Emperador Carlos V estaba reuniendo tropas para combatir contra los piratas berberiscos. Luchó, fue apresado, remó en una galera turca como galeote, y fue trasladado a Costantinopla, una ciudad de la que muy pocos cautivos regresaban. En esta ciudad Miguel tuvo un negocio de transporte en barca de una orilla a otra del Mar de Mármara. Allí empieza a ttener visiones que le dan instrucciones sobre cómo volver a Italia.
Las sigue pero no vuelve a la vida militar. Se hace famoso por sus profecías, de tal modo que le consultan las grandes fortunas burguesas, la aristocracia e incluso el Papa. De hecho le había profetizado la muerte del anterior Sumo Pontífice y su elección en el subsiguiente Cónclave.
Piedrola informa por carta a Felipe II que su hijo Carlos no será rey, lo cual de hecho sucedió. Lo que no sabemos es si Felipe II, un hombre frío y racionalista, aunque también con un ramalazo de superstición, se lo tomó en serio o no.
Piedrola vuelve a la vida militar donde se convierte en el vidente de cabecera de Juan de Austria, aunque le decía que procurase no ir a Flandes porque encontraría allí la muerte. Y así fue. Las maledicencias de Antonio Pérez envenenaron la relación de Juan de Austria con Felipe II, de tal modo que este cayó en desgracia, y si la cosa no empeoró fue porque enfermó y falleció. En Flandes, como Piedrola había vaticinado.
Como consecuencia de esto Piedrola vuelve a Madrid donde conoce a Lucrecia de León, y ambos comienzan su labor sediciosa. Empiezan a hablar los dos en plan apocalíptico, junto a otros videntes como Martín Santamaría. Los protegen personas instruídas como Fray Lucas de Allende, guardían de San Francisco de Madrid, el artrónomo Guillen de Casaos, y el más importante de todos, fray Alonso de Mendoza, canónigo de la catedral de Toledo y abad del monasterio de San Vicente de la Sierra.
De Lucrecia de León podemos decir que había nacido en 1567. Era hija del escribano Alonso Franco de León y de Ana Ordoñez. Aunque jamás fue retratada su madre la comparaba con la Eva pintada por Jan van Eyck en el Políptico de la Adoración.
Este es el aspecto que debía tener Lucrecia de León, según su madre.
Aunque su padre previno a Lucrecia sobre los peligros de atraer la atención de la Inquisición Lucrecia insistió en hacer público su don. De las predicciones del futuro personal de los vecinos pronto empezó a hacer vaticinios apocalípticos sobre lo que consideraba las consecuencias del supuesto mal gobierno de Felipe II.
La propaganda del grupo consistía en decir que Felipe había asesinado al príncipe Carlos; que lo había hecho para asarse con la prometida de su hijo, que era su sobrina carnal, con lo que pecaba de incesto; que había sido castigado por Dios con el naufragio de la Felicísima Armada en la Empresa de Inglaterra de 1588, desastre naval que Lucrecia de León había presenciado en sueños.
Al principio Felipe II no reacciona. Al fin y al cabo son un grupo de charlatanes que predican el descontento popular, sin fuentes de información real sobre los sucesos de la Corte, en plazas y mercados. El problema es que los príncipes protestantes están repitiendo la misma propaganda antiespañola en sus reinos. Y que algunos de esos rumores los esparce el huído Antonio Pérez.
Cuando el grupo decide llevar túnicas de penitentes con un escapulario negro con una cruz blanca, los perros de la Inquisición se lanzan sobre ellos. Se hizo con delicadeza porque el asunto era peliagudo. Los visionarios son apresados.
El 20 de mayo de 1590, los inquisidores penetran en la hacienda de Alonso de Mendoza y confiscan 31 cuadernos de predicciones y sueños de Lucrecia de León. Antonio Perez había huído el mes anterior a Zaragoza, donde había encontrado la protección del Justicia Mayor, Lanuza, y avivado la llama de la revuelta. Se enviaron 12.000 tercios a sofocarla.
A los visionarios se les tachó de locos y se les desacreditó en un juicio público. Felipe II amenazó a los menos significativos con que si volvían a hacer públicas sus visiones se les quemaría en la hoguera. Piedrola fue sometido a tormento y encarcelado de por vida en el Castillo inquisitorial de Guadamur.
Lucrecia de León había sido detenida el 13 de febrero de 1588 por el Santo Oficio. Aunque no fue imputada como hereje, fue detenida por segunda vez y acusada de sedición. Hubo un largo proceso que quebró la moral de la muchacha. Su castigo se limitó a aparecer como penitente en misa con una soga al cuello y una vela en las manos.
Se sabe que tuvo una hija con la que se marchó a vivir en un convento, porque se encontró sola. En la España del siglo XVI nadie quería hacerse cargo de una madre soltera marcada por la sombra del Santo Oficio.

1 comentario:

  1. Me has solicitado información sobre el número de Clío que contiene el reportaje que te interesa. Es el número 166, correspondiente a agosto o septiembra de 2015, no estoy seguro. Lamento llegar tan a destiempo, Beretta, pero no manejo todavía bien la moredación de mensajes.

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