jueves, 27 de octubre de 2016

La moda del siglo XIX era mortal.

La esposa del poeta estadounidense Henry Wadswort Longfellow estaba sentada al calor de la lumbre con su vestido de tarde cuando sus ropas se prendieron. Las quemaduras resultaros ser tan graves que murió al día siguiente.
En ese momento los vestidos femeninos que ardían a consecuencias de brasas o chispas no eran noticia porque era un incidente cotidiano. Las velas,las lámparas de aceite, y las chimeneas encendidas estaban por todas partes. La moda de los miriñaques amplios y los vestidos de algodón era un combustible mortal.
Los calcetines masculinos hachos con tintes de anilina inflamaban los pies y los llenaban de ampollas. El maquillaje para blanquear la piel de las mujeres estaba hecho con plomo y dañaba los nervios de la muñeca de tal manera que las muchachas no podían levantar las manos. Las peinetas de celuloide estallaban en la cabeza de las mujeres victorianas cuando se recalentaban por efecto de un torrido y caluroso día o por pasar demasiado tiempo delante de una fuente de calor.
Pero fueron los fabricantes de ropa y los empleados de las industrias textiles de la Reolución Industrial los que murieron por tratar de fabricar estas prendas para las clases altas.
Todos hemos disfrutado en la obra de Lewis Carroll con las disparatadas ocurrencias del Sombrerero Loco. Lo que nadie sabe es que los sombrereros de la época victoriana intentaban conservar la tela de las chisteras y de los sombreros hongo con mercurio, lo que les causaba lesiones neumotoras ( temblores exagerados en las manos) y psiquiátricas (manía persecutoria). Cuando unos forenses de Scotland Yard intentaron hacer un informe sobre eso, los sombrereros observados se encararon con ellos histéricos porque se sentían espiados en supuesto de trabajo. No hizo falta preguntarles nada.
El arsénico se utilizaba sobre todo para conservar los guantes, teñir de verdes los vestidos y para conservar las flores falsas de los sombreros. Un informe policial habla de la muerte de la costurera Matilda Scheurer, tras un ataque fulminante en que escupió una espumilla verde. Tenía la bilis, parte de los ojos y las uñas teñidas de ese color. El hígado, los pulmones y el estómago estaban muy dañados, según el informe forense de 1861 de Scotland Yard. Se había envenenado con el arsénico que utilizaba para conservar las flores de tela de los sombreros.
Hoy en día las muertes a causa de técnicas malsanas de fabricación de ropa se suceden. En 2009 Turquía prohibió la técnica del arenado ( rociar con polvo la mezclilla) porque causaba silicosis a los operarios ( reducción de la capacidad pulmonar por la presencia de arenilla en los alveolos pulmonares). La silicosis es mortal y no tiene cura. Las fábricas que usaban emulsión por arenado se trasladaron fuera del país.
La diferencia que tenemos con los victorianos es que no sabemos qué gente muere por fabricar nuestra ropa porque no se nos informa de ellas. Los periódicos del siglo XIX informaban de los accidentes laborales y despertaban el clamor entre las clases medias y altas por mejorar las condiciones de los productores, a los que podían ver en su mismo barrio.

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