lunes, 24 de julio de 2017

Andrés de Urdaneta, el monje navegante.

Hablaba malayo y conocía como nadie las peligrosas corrientes y los vientos que azotan el Océano Pacífico. Por ello, Felipe II no dudó en encomendarle una misión de altísimo secreto: liderar una expedición desde México a Filipinas.

Septiembre de 1559. Felipe II envía una carta a Luís de Velasco, virrey de Nueva España - el actual México -: ordenaba los preparativos de una expedición a Filipinas, contraviniendo abiertamente lo acordado con los portugueses en el Tratado de Tordesillas. Incluso propone al marino que liderará esta expedición: Andrés de Urdaneta.
Velasco responde con otra carta diciéndole a su rey que elija a otro piloto jefe, porque Urdaneta ha tomado los hábitos e ingresado en la orden de los agustinos. Felipe II insiste en el nombramiento del religioso. Ha estado ya en Filipinas, acompañando la expedición de García Jofré de Loaísa, en 1526. Embarcó como sobresaliente - un cargo que es similar al actual de becario- y llegó a las Molucas como segundo de a bordo. Las sucesivas muertes por escorbuto y otras enfermedades le ayudaron a ascender, pero también la pericia de Urdaneta en asimilar las responsabilidades de cada nuevo cargo a bordo.
Uno de los muertos de esta expedición es Juán Sebastián Elcano, que acompañó a Magallanes en su conflictiva expedición para comprar especias para la Corona de Castilla en las Molucas (1519-1522).
Urdaneta permanece en las islas indonesias hasta 1532. Ese mismo año los españoles reciben la noticia de lo pactado con Portugal en el Tratado de Zaragoza de 1529, donde se decide que las Molucas son de influencia portuguesa.
Cuando Urdaneta regresa a Europa, desembarca en Lisboa, donde es apresado por las autoridades. Le requisan las cartas de marear y, si no es ejecutado, es porque huye de Portugal a tiempo. Contará lo que sabe sobre los vientos y las corrientes de la zona ante el Consejo de Indias.
No se vuelve a saber del monje marino de Ordizia (Guipuzcoa) hasta 1559, cuando acepta de mala gana la expedición. El líder militar será Miguel López de Legazpi, otro vasco, pero en el mar es el mando supremo. Construye cinco barcos más grandes que los de las expediciones anteriores en Acapulco, para no arriesgarse a perder naves en el Estrecho de Magallanes. No deja nada al azar. Embarca alimentos con mucha vitamina C para evitar el escorbuto y paga de forma adecuada a los marineros y soldados para evitar que se amotinen en alta mar.
El 11 de noviembre de 1564 las naves se hacen a la mar. Cuando Legazpi abre el sobre lacrado con las instrucciones del rey, hay consternación ante la orden de ir a Filipinas. Sonrisa esquinada de lobo malo por parte de Urdaneta. Para él no es un secreto.
La expedición llega sin incidentes a aguas del índico el 22 de enero de 1565, aunque no será hasta abril que desembarquen a los soldados para establecer una factoría militar en Cebú, en unas islas que se llamarán Filipinas en honor del rey Felipe II.
Urdaneta lo prepara todo para encontrar el camino de regreso a América a través del Pacífico. Una única nave, dirigida por Felipe de Salcedo y él, toma antes del verano una ruta más al norte y navega en zig-zag, para trazar la carta esférica de esas aguas. Alcanzan la costa americana a la altura de Santa Rosa, en lo que actualmente es la ciudad de Los Ángeles. Hacen navegación de cabotaje hacia el sur hasta atracar en Acapulco. 
!Urdaneta lo ha conseguido! Se puede ir a las Molucas y regresar. Es un golpe bajo para la hegemonía de los portugueses sobre el Índico. Será la ruta seguida por los galeones de Manila hasta la entrada en escena de los barcos de vapor a principios del siglo XIX.

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