sábado, 11 de noviembre de 2017

Historia de las pelucas.

Las pelucas han servido para todo. Maria Antonieta las utilizaba para guardar la correspondencia secreta. André Agasi, el tenista, las utilizaba para disimular su calvicie. La entrada que se disponen a leer es un adelante del jugoso libro HISTORIA DESCABELLADA DE LA PELUCA.

En un episodio de los Simpson Homer encarga un crecepelo a cargo del seguro de la empresa,. Empieza a tener un éxito tremendo como ejecutivo, para espanto de Smithers, el admirador gay del gerente de la empresa, Montgomery Burns. Descubierto su secreto, Monty Burns se reúne con Homer para explicarle que él también sufre mucho por ser calvo y por eso no lo despide sino que lo devuelve a su anterior puesto.

Y es que el cabello protege del sol y atrae a las mujeres. Pero cuando éste falta, o no tenemos el adecuado, tenemos que recurrir a las pelucas.

Tras la Revolución Inglesa, en medio de lo que se conoce como la Restauración, Carlos II intentó emplear las pelucas para cerrar las heridas del conflicto. Los puritanos y partidarios de Cromwell se cortaban el pelo mientras que los monárquicos se lo dejaban largo. Carlos II había pasado una larga temporada exiliado en Francia donde los nobles habían empezado a emplear postizos para contrarrestar las insalubles condiciones de los palacios, donde se orinaba en las paredes y se defecaba entre los setos de los jardines. Las pelucas en la Corte del Rey Sol evitaban los piojos y las pulgas, pero Carlos II las introdujo en Francia para limar diferencias entre los conservadores puritanos y los monárquicos.

Los jueces británicos utilizaron pelucas hasta 2007. Hoy solo se utilizan en los juicios civiles, jamás en los penales. Se empezaron a emplear para imitar a Antoine de Satine, teniente general de la Policía de París durante la segunda mitad del siglo XVIII, y el hombre que mandó a prisión por pasiones deshonestas y sodomía al marqués de Sade.

Las mujeres ricas del Antiguo Régimen hacían pelucas con rizos, lazos, sujetadas con un armazón de varillas que no les permitían pasar erguidas por las puertas. Algunas aprovechaban para confeccionarlas los cabellos de sus doncellas o de las campesinas. Hubo quejas porque en espectáculos como la ópera las mujeres que se sentaban en los asientos delanteros no permitían ver nada a los que se sentaban detrás. Quisieron desterrar las mujeres con peinados a la fontage a los palcos, pero nadie hizo caso de esta sugerencia de los empresarios teatrales.

Para empolvar y conservar las pelucas de hombres y mujeres se usaba harina o polvo de arroz, con lo que el pueblo veía menguar los víveres disponibles. Durante la Revolución Francesa hubo una carestía de víveres general y subió la inflación sobre los alimentos, así que se dejaron de lado estas frivolidades por parte de los protagonistas de la Revolución, los burgueses, que hasta ahora habían usado pelucas.

Si en 1789, el gremio de maestros peluqueros franceses era de 200.000 miembros, la Convención Nacional de 1792 abolió las pelucas y los calzones abrochados a la altura de las rodillas.

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