miércoles, 23 de junio de 2021

Robert Waisman, un niño de Buchenwald.


 Robert Waisman tenía 14 años cuando liberaron el campo de concentración de Buchenwald, donde estaba cautivo. Es uno de los últimos supervivientes de ese enorme recinto donde murieron 76.000 prisioneros. Mientras habla con XL SEMANAL, a sus 90 años, no se conmueve. Pero no desea callar, ha escrito un libro y da conferencias. "No quiero que se olvide", insiste.


(Adaptado de un articulo escrito por Fátima Uríbarri)


Uno de los presos entra exaltado en el barracón. Dice a los que están allí, en espera del próximo recuento y la jornada laboral, que no habrá ninguna de las dos cosas, porque la Resistencia del campo, el Zegota, se ha hecho con el control del campo y que los S.S han huído por sus vidas. Poco después se oye el ruido de los jeeps de las tropas de Intendencia norteamericanas al frenar. Pero Waisman siente miedo, no esperanza. No ha conocido otra cosa que la vida en Buchenwald, y un hombre uniformado para él es semejante o otro.

Era uno de los chavales esqueléticos, rudos y ariscos que encontraron los soldados de Estados Unidos cuando liberaron el campo el 11 de abril de 1945. El campo albergó 250.000 internos de los que 76.000 murieron de hambre, a causa de experimentos médicos que no beneficiaron ni a los captores alemanes o asesinadas por S.S aburridos de guardias tediosas o dispuestos a llamar la atención de sus oficiales. Los funcionarios norteamericanos encontraron a unos 21.000 supervivientes, entre ellos 1.000 niños como Waisman.

Robert Waisman se había llamado Romek, era polaco y solamente tenía 9 años cuando los alemanes invadieron su país. Ahora tiene 90 años y es canadiense. Los lectores pueden leer su increíble historia de supervivencia en su libro, LOS CHICOS DE BUCHENWALD (Destino).

"A mí me sentencieron a muerte varias veces", recuerda. Cuando llegó a Buchendwald ya había estado encerrado en un gueto, trabajado como mano de obra esclava en una fábrica de munición. Su hermano Avram le metía plantillas en los zapatos para hacerle parecer un adulto y le pellizcaba las mejillas para que pareciera más sano. Avram no lo contó, porque lo ejecutaron antes. "Cuando ví que se lo llevaban, grité a las nubes, al ángel Azrael..Me quedé sin voz pero fue en vano".

Tras la liberación de Buchenwald Waisman se hizo a la idea de regresar a casa. Descubrió que el Zegota mantenía escondidos o entremezclados entre los adultos a más de 1.000 niños y se hizo amigo de uno de ellos, Abe. "Lo que no sabíamos es que nos habíamos librado de la cámara de gas todos porque los kapos nos habían etiquetado como presos políticos. Eso nos salvó", dice.

Los destinaron al Bloque 8 donde los protegían Willy el Alto, y sobre todo Jakow Goftman, artista del circo de Moscú. Goftman les facilitó a los niños raciones extra y les daba consejos. Cuando liberaron el campo les racionó la leche en polvo y la carne para que sus estómagos no les provocasen la muerte, al no estar aconstumbrados a comer con tanta regularidad. Les obligaba a lavarse con agua gélida y a lavarse los ropones a rayas reglamentarios. Los niños se quedaban desnudos hasta que la ropa se secaba. También les contaba cuentos para distraerles entre un recuento y un reparto de comida.

Al cabo de tres meses Romek y Ave fueron liberados. En ese lapso de tiempo, muchos niños enfermaron de tifus, sarampión o varicela, entre ellos, Romek. Cuando salían se dedicaban a saquear las casas de Weimar ante la pasividad de las autoridades estadounidenses. La furia contenida durante tantos años, el miedo y la frustraciuón les convirtieron en unos vándalos, tendentes o organizar pandillas guiadas por el origen étnico de los niños prisioneros y a pelearse entre ellos. Polacos contra húngaros. rusos contra rumanos... Los psicólogos destinados a Buchendwald no se censuraban a la hora de afirmar en sus informes que estimaban que muy pocos de esos niños cumpliría 40 años.

Como no tenían otra ropa los americanos confiscaron uniformes de las Juventudes Hitlerianas a la hora de trasladar a Romek y otros 424 niños en un tren rumbo a Francia. Los franceses creían que iban a juzgarlos por crímenes de guerra y los apedreaban en las estaciones hasta que a uno de los niños se le ocurrió la idea de pedir una tiza a su tutos y escribir :"Somos niños de Buchenwald". La Oubre aux Secour Enfants se hizo cargo de ellos y los instaló en un sanatorio abandonado donde pasaron la cuarentena.

Las peleas y las rivalidades étnicas continuaron. Los periodistas trasladados al lugar llegaron a escribir que si habían sobrevivido era porque esos niños tenían la semilla del mal dentro, y eran tan manipuladores como los jerarcas nazis. De lo que no se hacían cargo era que los niños de Buchenwald habían tenido que madurar a un ritmo malsanoy pensar en cuestiones que un adulto no llega a pensar en circunstancias normales. Todos ellos habían visto morir a sus familiares y a personas que les protegían, muchas veces precisamente por protegerles. El más bisoño de ellos podía dar lecciones al más avezado de sus educadores sobre la futilidad de la vida humana y la maldad del hombre. "Estaba enfadado por mi padre porque había tomado una decisión que había llevado a la muerte a toda mi familia, menos a mi hermana Leah y a mí. No huyó de Polonia cuando pudo. Decía que todo eso se arreglaría. Ahora sé que era un buen hombre que no quería dejar de creer en la bondad humana, un hombre mejor que muchos. He aprendido a perdonarlo", dice Robert Waisman

En Francia le dijeron que su hermana Leah estaba en un centro de la Cruz Roja en Alemania y decidió ir a visitarla, mas que nada por si podía recuperar algo de su infancia. "Ya no había carteles con consignas ni gritos. Alemania estaba en silencio. Incluso nos daban bocadillos los empleados de ferrocarriles a los niños supervivientes de los campos que buscábamos a nuestras familias", explica Waisman.

Leah le dijo que su madre había sido gaseada en Treblinka y que ella estaba intentando viajar con su novio a Palestina, y le recomendóque esperase acontecimientos en el casrillo de Ferrières, en Francia.

El chateau de Ferrièreres era propiedad de la familia Rothchild. Allí había tres grupos: los judíos religiosos, los comunistas y los intelectuales, entre ellos el futuro premio Nobel Eli Wiese, que tomaba notas acerca de sus experiencias en diferentes campos. Sería galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1986.

Los comunistas querían ganar la guerra sin haber tenido la oportunidad de haber luchado en ella y quemaron uno de los pabellones del castillo. A Romek le trasladan con los niños laicos al catillo de Le Vésinet, cerca de París. Allí coincide con niños judíos que habían sido escondidos por civiles franceses o por los circuitos de la Resistencia francesa. Ave, su compañero del alma, con quien se jugó la vida robando patatas de las cocinas de Buchendwald, ha sido reclamado por un tío suyo en Estados Unidos,desde Nueva York. Romek sabe que nunca más le verá.

Entonces aparece otro ángel para cuidarle: Manfred, un superviviente de Auschwitz, que ha perdido a toda su familia, que se hace cargo de él, tal como hizo Gotfman en el campo. Lo lleva al cine, le consigue tebeos de Tintín y le anima para que estudie. "Donde haya monstruos siempre habrá ángeles", recuerda Robert Waisman que decía Goftman.

En París encontró por casualidad a una tía paterna.Y una señora muy elegante, Jane Brandt, lo lleva a su casa, le presenta a sus hijos, y habla de adoptarlo. Romek está muy agradecido pero decide que no tendrá una segunda familia, Tiene 17 años cuando lo acepta el Gobierno de Canadá. Allí lo acoge la familia Goresh con la que se comunica en yidish hasta que aprende suficiente inglés.

En canadá, Waisman se casa, tiene dos hijos, trabaja en una fábrica de sombreros y luego prueba suerte con la hostelería. Logra la nacionalidad canadiense para su hermana Leah y su familia. Cuando lee en un periódico que un profesor de Alberta niega que el Holocausto haya tenido lugar, Waisman pasa a la acción. Da charlas en los institutos, ofrece conferencias y escribe un libro. "Es muy importante que la gente recuerde lo que sucedió", insiste. "Que no se olvide", insiste Waisman a XL Semanal.

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