La pandemia del COVID 19 es solo un síntoma de una revolución que está aconteciendo sin nosotros, a pesar de nosotros y por culpa de nosotros. Una de las preguntas que nos obliga a hacernoses quién es necesario para que el entramado de la sociedad de consumo siga adelante en lo que puede ser su transformación ante la imposibilidad de ir más lejos.
Mirando los artículos de mis números atrasados de National Geographic - tengo todos los números de las adiciones españolas- me he encontrado con la historia trágica de Jason Hargrove, conductor de autobñus en la depapeurada ciudad de Detroit y padre de seis hijos. Se dedicaba a llevar a personas de clase obrera a los geriátricos, a los supermercados o a las fábricas. Gente que no podía teletrabajar al no tener un trabajo de cuello blanco. Personas que tenían un trabajo mal renumerado frente a esos trabajos de cuello blanco de las personas que toman las decisiones y que nos han abicado a lo largo de las décadas a esta encrucijada.
Un día, en marzo de 2020, una mujer de mediana edad se subió a su autobús y se puso a toser detrás de la nuca de Hargrive sin hacer ademán de taparse la boca. "Me siento violado en nombre de todos los que viajaban en el autobús cuando sucedió esto", escribió Hargrove el 21 de marzo en su portal de Facebook. Once días después de colgar esto moría en una Unidad de Ciudados Intensivos de un hospital de Detroit.
Desha, su viuda, resume la situación así:" Jason mantenía desinfectado el autbús y se aseguraba de que el viaje de sus pasajeros fuese seguro. Los pasajeros lo protegían a él de los viajeros conflictivos. Todos comprendían que estamos juntos en esto".
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