(Basado en un reportaje de National Geographic News del 19 de enero de 2013)
Un plató de televisión. El prsentador le pregunta al ex campeón del Tour de Francia, un deportista homenajeado durante años, si ha tomado alguna vez substancias dopantes.
-Sí.
-¿Y cuánta frecuencia recurrió a esos estimulantes?- fue la siguiente pregunta del presentador.
-!Casi todo el tiempo!
Esta no es una transcripción de la entrvista tan esperada entre la presentadora Oprah Winfrey y el defenestrado ex campeón del Tuor norteamericano Lance Armstrong. El que responde a estas preguntas tan comprometidas con semejante desparpajo es Fausto Coppi, campeón del Tour en los años 40 y 50 del siglo XX.
Y no es el único caso. El cinco veces ganador del Tour Jacques Anquetil llegó a decir que sin sustancias dopantes era imposible ganar esta competición de ciclismo, así que solo un ingenuo podía esperar ganar sin estimulantes químicos. Luego están los corredores que no lo contaron tras tomarse auténticos cócteles químicos como el campeón británico Tommy Simpson, fallecido mientra escalaba el Mont Ventoux de una insuficiencia cardiaca en 1967.
Todos ellos son considerados por los amantes del ciclisto como héroes hoy, si se olvidan sus pecados con los estimulantes
Pero el hecho es que las trampas estuvieron presentes en todas sus formas y posibilidades desde el nacimiento de la competición en 1903. Ese año el ganador absoluto, Maurice Garin, fue descalificado cuando se comprobó que había tomado un tren para saltarse los tramos escabrosos del recorrido. Los siguientes tres corredores fueron también descalificados por motivos similares. El organizador Henri Desgrange, declaró que nunca volvería a organizar esta carrera pero pronto cedió a las presiones de los aficionados.
De los 37 corredores que terminaron la carrera en 1904, 12 fueron descalificados y sanciados desde un año hasta de por vida. El ganador oficial Henri Cornet, de 19 años, no lo fue oficialmente hasta cuatro meses más tarde.
Durante el periodo de entreguerras se siguieron tomando trenes y taxis, se esparcieron clavos en las carreteras, se reclutaron matones para intimidar a los ciclistas rivales, se manipularon rotulos indicadores, se rociaron polvos pica pica en las camisetas y los pantalones cortos de los ciclistas, y se adulteraron los alimentos y los tinteros para que los corredores que llegaban a los puestos de control no pudieran firmar la prueba de que habían pasado por allí a una hora determinada.
Si unimos a la premisa de Desgrange sobre una carrera tan dura que solo un puñado de corredores hipermotivados llegase a terminarla, junto con premios económicos muy golosos en Pleno Crack de 1929, tenemos el caldo de cultivo perfecto para la picaresca.
Después de la Segunda Guerra Mundial llegaron las anfetaminas, que daban un chute de energía a los corredores en los momentos más duros. ¿No habían hecho posible que las tropas alemanas invadieran Francia y la conquistasen en apenas dos semanas? Pues había que tomar nota.
Armstrong, descalificado de sus siete premios en 2013, lleva a un nivel propio del crimen organizado lo de doparse. Utilizó dinero y su prestigio para pagar abogados de mil dólares la hora para querellarse y destruir las carreras de los periodistas y fisiólogos que ponían en dudas sus habilidades sobrehumanas sobre el sillín de la bicicleta. La masajista del Servicio Postal, el equipo estadounidense, Emma Riley, declaró que había sido obligada por altos cargos del equipo a cruzar la frontera entre Suiza y Francia llevando dosis de EPO. Se lanzó una campaña difamatoria donde se la tachaba de "alcohólica" y "prostituta".

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