Escena: La última cueva de los Neandertales
(Gibraltar, 34,000 a.C. Una cueva oscura iluminada tenuemente por la luz de una hoguera. El murmullo del viento se mezcla con el sonido distante del mar. Alonso de Entrerríos, un soldado curtido del Siglo XVI, se encuentra sentado frente al último hombre de Neandertal. Este, un ser robusto pero agotado, se aferra al mango de una lanza rota. A su lado, su mujer, de mirada febril, está envuelta en pieles. Ambos tienen el rostro surcado por la enfermedad.)
Hombre de Neandertal: (con voz ronca, cargada de tristeza)
Todo empezó cuando ellos llegaron... los hombres altos... los de piel clara.
(Pausa, tose violentamente y se recuesta contra la pared.)
Traían armas... proyectiles que volaban como pájaros. No podíamos competir.
Entrerríos: (con mirada grave, acariciando la empuñadura de su espada)
Los hombres de Cromañón... He leído de ellos en los libros.
(Hace una pausa, como si sopesara el peso del destino.)
Los llaman los nuevos hombres, pero para vosotros son el fin.
Hombre de Neandertal:
No solo cazaban mejor. Robaban a nuestras mujeres. (Mira a su compañera con amargura y dolor.)
Nosotros, los pocos que quedamos, huimos. Pero la enfermedad llegó con ellos. No la entendemos.
Entrerríos: (Se inclina hacia él, su rostro mostrando compasión. Saca una pequeña caja metálica de su bolsa, los antibióticos.)
No sois los primeros en enfrentar algo así. Ni los últimos. Esto que os aqueja no son demonios ni maldiciones, sino algo que no podéis ver: unos invasores aún más pequeños que ellos. Virus, les llaman. Traídos por los nuevos.
(El hombre de Neandertal lo mira con confusión y algo de miedo. Entrerríos busca palabras más simples.)
Entrerríos:
Es como si el aire llevara una flecha envenenada, invisible. Y no sabéis cómo detenerla.
Mujer de Neandertal: (con voz débil, señalando el frasco que sostiene Entrerríos)
¿Eso nos salvará?
Entrerríos: (Vacila, consciente de la paradoja de alterar lo que ya está escrito.)
No puedo salvaros del destino... (hace una pausa y deja el frasco a sus pies.)
...pero quizá os dé algo más de tiempo.
(El hombre toma el frasco con manos temblorosas, lo observa como si fuera un objeto sagrado. Una lágrima rueda por su rostro curtido.)
Hombre de Neandertal:
¿Y después? Cuando muramos... ¿Qué será de nosotros?
Entrerríos: (mirándolo con solemnidad)
En mi tiempo, se os recordará. Seréis los últimos de los vuestros. La gente del futuro hablará de vuestra fuerza, de vuestra lucha. No seréis olvidados.
(La hoguera crepita. La mujer se recuesta contra el hombre, tosiendo. Él la abraza con ternura, resignado.)
Hombre de Neandertal:
(Con un hilo de voz, mirando hacia la salida de la cueva, donde las sombras de la noche se extienden.)
Solo quiero que recuerden... que también éramos hombres.
(Entrerríos cierra los ojos un momento, como si el peso del universo recayera sobre él. Luego se pone de pie, ajusta su espada y se gira hacia la salida.)
Entrerríos: (murmura, casi para sí mismo, antes de salir de la cueva.)
Siempre lo fuisteis... Siempre lo seréis.
(La escena se cierra con la luz de la hoguera titilando, mientras el viento sopla más fuerte y las estrellas cubren el cielo indiferente.)
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