jueves, 9 de octubre de 2025

Don Fadrique de Toledo reconquista Salvador de Bahía (1625)


 “Supo Su Majestad, con gran sentimiento de su real ánimo, cómo los herejes de Holanda, con engaño y fuerza, habían tomado la ciudad de San Salvador de Bahía de Todos los Santos, cabeza y puerto principal del Brasil, y cómo profanaban los templos, derribaban las imágenes y ultrajaban los ministros de Dios. Movido, pues, de celo católico y del amor que siempre tuvo a sus vasallos de Portugal, mandó juntar una poderosa armada para recuperar tan noble plaza.

Entre los capitanes que se señalaron por su virtud y experiencia fue escogido el excelentísimo señor don Fadrique de Toledo, hombre de gran prudencia, valor y cristiandad, que a su ejemplo más se obedecía por amor que por temor. Salió de la bahía de Cádiz con flota tan lucida, que parecía llevar en las velas el aliento del cielo y en los pendones el favor de Dios.

Llegados que fueron a las costas del Brasil, animó el general a todos con palabras de fe y esperanza, diciendo que aquella jornada era más de religión que de armas, y que peleaban no sólo por la tierra, sino por la honra de Cristo. Ordenó el desembarco con tanto concierto, que cada escuadra sabía su lugar y cada soldado su obligación.

Los enemigos, viendo el ímpetu de nuestra gente, se recogieron a la ciudad, haciendo gran resistencia con artillería y mosquetes; mas el fuego de los españoles y portugueses fue tan vivo, que los cercaron de todas partes. Y el excelentísimo don Fadrique, sin reposar noche ni día, acudía a lo más peligroso, animando a los suyos y haciendo callar los cañones enemigos con su acierto y determinación.

Al cabo de algunas semanas, faltos de bastimentos los holandeses y heridos muchos de los suyos, pidieron capitular, rindiéndose a la clemencia de Su Majestad. Entró el general victorioso en San Salvador, llevando delante el estandarte real y dando gracias al Altísimo en la iglesia mayor, donde se cantó solemne Te Deum, con lágrimas en los ojos de todos los presentes.

Fue, en verdad, jornada digna de memoria eterna, pues se restituyó a la Cristiandad una ciudad perdida y se mostró al mundo que mientras haya en España capitanes como don Fadrique de Toledo, no faltará quien defienda la fe y la corona.”


Este fragmento refleja con fidelidad el tono oficial y devoto de la propaganda imperial del Siglo de Oro: el enemigo es “hereje”, la victoria es “milagrosa”, y el héroe actúa como instrumento de la providencia divina.

Fadrique de Toledo Osorio, marqués de Villanueva de Valdueza, fue uno de los más distinguidos marinos y servidores de la Monarquía Hispánica durante el siglo XVII. Nació en Madrid en 1580, descendiente de una de las más antiguas familias nobiliarias de Castilla, vinculada estrechamente al servicio de los Austrias. Desde joven se encaminó a la carrera militar y naval, en la que alcanzaría fama por su pericia táctica, su lealtad a la Corona y su firme carácter disciplinario.

Su vida transcurrió en el contexto de la hegemonía española y los grandes conflictos marítimos con potencias emergentes como Inglaterra, Holanda y Francia. Durante el reinado de Felipe III y, más tarde, de Felipe IV, Fadrique de Toledo fue uno de los principales instrumentos del poder naval de España, destacando tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico.

Tras servir en las escuadras de Nápoles y de Sicilia, y haber combatido a los turcos y berberiscos, fue nombrado general de la Armada del Mar Océano. Desde este puesto participó en varias campañas contra los corsarios y en las guerras con las Provincias Unidas de los Países Bajos, en las que mostró una notable capacidad de mando. Su reputación creció al ser designado al frente de la expedición que debía recuperar la colonia portuguesa de San Salvador de Bahía de Todos los Santos, en Brasil, tomada por los holandeses en 1624.

La operación de Bahía fue una de las más brillantes empresas navales del siglo XVII en el ámbito ibérico. La ciudad, que pertenecía a la Corona de Portugal —unida entonces a la Monarquía Hispánica por la unión dinástica de 1580—, había caído en manos de una flota neerlandesa de la Compañía de las Indias Occidentales, que pretendía establecer allí una base permanente para el comercio y la piratería en el Atlántico Sur. La pérdida de Bahía supuso una grave afrenta al prestigio español y portugués, y Felipe IV ordenó organizar de inmediato una gran armada para su reconquista.

Fadrique de Toledo fue elegido para dirigir la expedición conjunta hispano-portuguesa, compuesta por más de 50 naves y alrededor de 12.000 hombres, entre marineros y soldados. La flota partió de la península a fines de 1624 y arribó a las costas del Brasil en abril de 1625. Con una notable coordinación y una preparación meticulosa, el almirante logró desembarcar las tropas y cercar la ciudad de San Salvador, donde los holandeses, al mando de Johannes van Dorth, se habían atrincherado con algo más de un millar de hombres.

El asedio fue breve pero intenso. Las fuerzas hispano-lusas avanzaron con determinación, cortando las comunicaciones marítimas del enemigo y bombardeando las defensas de la ciudad. La superioridad numérica y táctica de Fadrique de Toledo resultó decisiva: tras algunas semanas de combate, los holandeses se rindieron el 30 de abril de 1625, entregando la plaza y sus fortificaciones. La victoria fue completa, y la bandera de la Monarquía Hispánica volvió a ondear sobre la capital de la América portuguesa.

El regreso triunfal de Fadrique de Toledo a la península fue celebrado en toda la corte. La recuperación de Bahía fue considerada un acto de salvación del honor imperial y una demostración de la potencia marítima de España y Portugal unidas. Felipe IV recompensó a su almirante con honores y títulos: le otorgó el hábito de la Orden de Santiago, lo nombró Almirante General de la Armada del Mar Océano y de las Indias, y más tarde le concedió el virreinato de las Indias, aunque éste fue más un reconocimiento honorífico que un cargo efectivo, pues su actividad principal continuó ligada al mando naval y al Consejo de Guerra.

Durante los años siguientes, Fadrique de Toledo siguió sirviendo a la Corona en diversas misiones militares, combatiendo en el Atlántico contra los corsarios y en el Mediterráneo contra los turcos. Participó también en la defensa de Cádiz frente a las incursiones inglesas y en la reorganización de las flotas de Indias. Murió en Madrid en 1634, tras una vida dedicada al servicio de los reyes y del mar.

Su figura quedó asociada al esplendor final de la marina de los Austrias y a la epopeya de la recuperación de Bahía, gesta que fue celebrada en crónicas, poemas y relaciones de la época como ejemplo del poderío y la gloria de la Monarquía Hispánica.

¿Quieres que incluya también una descripción de cómo se relató la victoria en fuentes contemporáneas (por ejemplo, fray Bartolomé de Cárdenas o las relaciones oficiales de 1625)? Puedo ampliar esa parte con citas y contexto histórico-literario.

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Incluye relato de fray Bartolomé de Cárdenas, por favor.
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Excelente elección — la “Relación de la jornada y sucesos de la recuperación de la Bahía de Todos los Santos” escrita por fray Bartolomé de Cárdenas, cronista franciscano, es una de las fuentes más vivas y detalladas sobre la hazaña de Fadrique de Toledo. Su relato, redactado poco después de los hechos, combina la minuciosidad del testigo cercano con el tono épico y providencial que caracterizaba la historiografía oficial del Siglo de Oro.


La recuperación de San Salvador de Bahía (1625) según fray Bartolomé de Cárdenas

En su crónica, fray Bartolomé describe el ambiente de alarma y urgencia que se vivió cuando llegó a la Corte la noticia de que los holandeses habían tomado Bahía. Para el cronista, la pérdida de la capital del Brasil portugués no solo representaba un golpe político, sino una ofensa contra la fe católica. Afirma que “los herejes de Holanda, con astucia y codicia de oro, se apoderaron de aquella ciudad cristiana, profanando los templos y hiriendo las imágenes de los santos”, interpretando la invasión como un castigo divino que exigía una respuesta heroica y devota.

Cárdenas elogia desde el inicio la elección de Fadrique de Toledo para encabezar la armada, al que presenta como un capitán de virtud y prudencia, “modelo de cristiano y espejo de marinos”, cuya sola presencia inspiraba respeto y confianza. Según el fraile, el almirante “no comenzó jornada sin encomendarse a Dios y a la Virgen del Rosario”, subrayando la fusión entre la empresa militar y el fervor religioso.

La salida de la flota desde Cádiz, en diciembre de 1624, es narrada con solemnidad casi litúrgica. Cárdenas habla de “una mar de velas”, de “trompetas que sonaban al son de gloria”, y de un ejército que parecía guiado “por los ángeles del Señor”. La travesía, aunque difícil por temporales y enfermedades, se describe como un peregrinaje heroico, sostenido por la fe y la disciplina impuesta por el almirante.

Una vez llegados al Brasil, el relato se torna más dramático. Los holandeses, bien atrincherados en la ciudad de San Salvador, resistieron con obstinación. Cárdenas detalla el cerco y el desembarco, destacando la coordinación entre los contingentes españoles y portugueses, que combatieron “como si fueran de una misma nación y un solo corazón”. Narra los bombardeos de las fortificaciones, las escaramuzas en los suburbios y los ataques al puerto, donde las naves de Toledo cerraron toda vía de escape.

El fraile dedica pasajes enteros a ensalzar la serenidad y el temple del almirante:

“El excelentísimo señor don Fadrique, en medio de las balas, parecía más moverlas con su mirada que temerlas; era de aquellos capitanes que mandan sin voz, porque su ejemplo habla más que sus órdenes.”

Tras semanas de asedio, los defensores holandeses —agotados, sin víveres y cercados por mar y tierra— pidieron capitular. Cárdenas narra la rendición del 30 de abril de 1625 con un tono de triunfo religioso:

“Y amaneció aquel día como nuevo nacimiento para la Cristiandad, pues lo que los herejes robaron por fuerza fue devuelto por la justicia de Dios y la valentía de su siervo Fadrique.”

El cronista describe luego el solemne Te Deum celebrado en la iglesia matriz de Bahía, con los estandartes de España y Portugal juntos en el altar mayor, y cómo los soldados se arrodillaron llorando mientras el almirante ofrecía la victoria “a la gloria de Dios y al servicio de su Majestad”.

De regreso a Europa, la empresa fue exaltada como una gesta providencial. Cárdenas presenta a Fadrique de Toledo como instrumento de la voluntad divina:

“No fue él quien venció, sino el Señor por su mano; mas sin su brazo no hubiera hallado el cielo quien lo sirviese con tanta fidelidad.”


Legado de la gesta y su memoria

Gracias a relatos como el de fray Bartolomé de Cárdenas, la recuperación de Bahía se convirtió en una epopeya imperial y religiosa, comparable en su tono con las grandes victorias del siglo anterior, como Lepanto. La figura de Fadrique de Toledo trascendió lo puramente militar para convertirse en símbolo del ideal del caballero cristiano al servicio del rey y de la fe.

El propio Felipe IV mandó celebrar fiestas y sermones públicos en Madrid, Sevilla y Lisboa, y acuñó medallas conmemorativas con la leyenda “Restituta Bahía anno Domini MDCXXV”. La victoria fue también plasmada en lienzos, poemas y relaciones impresas, que difundieron la imagen del almirante como héroe de las dos coronas ibéricas.


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