“Supo Su Majestad, con gran sentimiento de su real ánimo, cómo los herejes de Holanda, con engaño y fuerza, habían tomado la ciudad de San Salvador de Bahía de Todos los Santos, cabeza y puerto principal del Brasil, y cómo profanaban los templos, derribaban las imágenes y ultrajaban los ministros de Dios. Movido, pues, de celo católico y del amor que siempre tuvo a sus vasallos de Portugal, mandó juntar una poderosa armada para recuperar tan noble plaza.
Entre los capitanes que se señalaron por su virtud y experiencia fue escogido el excelentísimo señor don Fadrique de Toledo, hombre de gran prudencia, valor y cristiandad, que a su ejemplo más se obedecía por amor que por temor. Salió de la bahía de Cádiz con flota tan lucida, que parecía llevar en las velas el aliento del cielo y en los pendones el favor de Dios.
Llegados que fueron a las costas del Brasil, animó el general a todos con palabras de fe y esperanza, diciendo que aquella jornada era más de religión que de armas, y que peleaban no sólo por la tierra, sino por la honra de Cristo. Ordenó el desembarco con tanto concierto, que cada escuadra sabía su lugar y cada soldado su obligación.
Los enemigos, viendo el ímpetu de nuestra gente, se recogieron a la ciudad, haciendo gran resistencia con artillería y mosquetes; mas el fuego de los españoles y portugueses fue tan vivo, que los cercaron de todas partes. Y el excelentísimo don Fadrique, sin reposar noche ni día, acudía a lo más peligroso, animando a los suyos y haciendo callar los cañones enemigos con su acierto y determinación.
Al cabo de algunas semanas, faltos de bastimentos los holandeses y heridos muchos de los suyos, pidieron capitular, rindiéndose a la clemencia de Su Majestad. Entró el general victorioso en San Salvador, llevando delante el estandarte real y dando gracias al Altísimo en la iglesia mayor, donde se cantó solemne Te Deum, con lágrimas en los ojos de todos los presentes.
Fue, en verdad, jornada digna de memoria eterna, pues se restituyó a la Cristiandad una ciudad perdida y se mostró al mundo que mientras haya en España capitanes como don Fadrique de Toledo, no faltará quien defienda la fe y la corona.”
Este fragmento refleja con fidelidad el tono oficial y devoto de la propaganda imperial del Siglo de Oro: el enemigo es “hereje”, la victoria es “milagrosa”, y el héroe actúa como instrumento de la providencia divina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario