Es una obra maestra de lo que he dado en llamar teatro filmado. Alberto quiere alquilar su piso porque ya no puede permitírselo, y su candidato idóneo es Joaquín, una persona con enfermedad mental. Suelta la bomba en medio de una reunión de la comunidad de propietarios y todos los prejuicios de unos personajes fracasados, llenos de traumas, que se esconden detrás de sus prejuicios de su propia mediocridad, estallan.
La cinta recuerda por momentos otras como PERFECTOS DESCONOCIDOS o UN DIOS SALVAJE, solo que llevado al mundo del estigma de la enfermedad mental. Los villanos quieren alejarse de sí mismos alejando a Joaquín, al que no conocen. Desde el taxista fascistoide al que su familia no tolera, la mujer solitaria que se consuela indagando en las vidas de los demás, el profesor con una madre con patología mental que trata de escapar de esta realidad con sus aires pomposos y en el hecho de haber publicado un libro ( de escasa tirada y de los que no lee nadie, lo estoy imaginando) y la madre incapaz de controlar, tanto menos de comunicarse con una hija adolescente, que pasa de ella. Fenómenos de feria.
En el bando de los buenos, si lo somos alguna vez, están Alberto y Nuria, una chica con esquizofrenia paranoide, que sale del armario, ante el rechazo ante Joaquín de los que hasta hace escasas horas eran entrañables vecinos. Y un muchacho de 21 años, consentido por su padre, progre y pseudopijo, pero más sensibiolizado con el tema del estigma hacia las personas con enfermedad mental. Quizá porque no ha acumulado suficiente amargura o porque a los 21 años, en plena Universidad, aún no te ha dado tiempo a enfrentarte a tus propios fantasmas y al peor de todos ellos, la mediocridad, que nos persigue a todos como una sombra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario