"La primera vez que me engañas es culpa tuya. La segunda vez que me engañas es culpa mía"
Proverbio árabe.
A veces tengo la impresión de que me voy a meter en problemas por elegir estos temas y estas películas para mi blog. Pero teniendo en cuenta que se trata de una dramatización ficcionada en torno a algo que sí sucedió, creo que me puedo permitir hablar.
La película es un relleno de aquello que los ciudadanos españoles que vivíamos entre 1993 y 1995 no vimos del asunto Roldán, aquello a lo que no podíamos tener ni tenemos en 2016 acceso. Es un mundo de alfombras caras, amigos que no dan la cara pero que a la postre resultan más importantes que los políticos elegidos por sufragio. Sobre todo porque a diferencia de los ministros, que sí tienen por un tiempo el poder, ellos permanecen. Están ahí para susurrar al oído.
Luís Roldán (Carlos Santos) era un político visible en 1995. Los socialistas lo habían puesto ahí, y parece ser según Sanchez Dragó, autor de una novela sobre el asunto, que ahora estorbaba a personajes tan importantes como Belloch y el antiguo ministro de Defensa Narcís Serra. Lo cierto es que la existencia de Roldán molestaba a todos, desde los etarras, que tenían cierta obligación por ser él el Director General de la Guardia Civil, hasta sus jefes del Ministerio del Interior.
En un ambiente de personajes que tienen poder y no saben hacer nada constructivo con él, como lo es el de los últimos tiempos del felipismo, Roldán robó 1500 millones de pesetas de la época y pidió ayuda a un agente del CESID llamado Paesa (Edouard Fernandez) para sacar el dinero del país.
Paesa había estado liado en la política postcolonial de Guinea, había sido nombrado espía del recién fundado CESID en 1973 por Carrero Blanco, y había sido el artífice de la Operación Sokoa contra los etarras. En esta operación se hizo pasar por un traficante de armas y les vendió a los etarras un lanzamisiles con localizador. Incluso les propuso el objetivo: usarlo contra el yate de recreo del Rey Juan Carlos I. Gracias al localizador se encontraron varias armas en un zulo y una lista de empresarios que habían cedido al "impuesto de protección" de los etarras: el Impuesto Revolucionario. Pero no se desmanteló la banda, para disgusto de Paesa.
Paesa organizò una operación clandestina para sacar de suelo español a Roldán y a sus 1500 millones de pesetas, robados de los fondos reservados, y más tarde lo entregó a las autoridades en Laos. Del dinero no se volvió a saber.
Había que darle a la gente un chivo expiatorio de los casos de corrupción, del de la guerra por medios ilícitos contra ETA y de las trampas financieras de Juan, el hermano del vicepresidente Alfonso Guerra, así como del desencanto generalizado con el proyecto de la izquierda en general, y Roldán era perfecto para ello. Se pasó toda la condena incomunicado, pero se le permitió leer. Esa vía de escape evitó que fuera uno más de esos presos VIP que aparecen en sus celdas colgados del techo.
Tras 11 años de condena, los ciudadanos parecen haber perdonado. Los vecinos de su escalera le ofrecieron administrar los fondos comunes, y todo. El tipo que pisaba alfombras caras, que tuvo el mundo a sus pies, que robó porque tipos como Paesa decían que era eso lo que se esperaba de él, ahora vive de una pensión.
En cuanto a Paesa, también dejó, en teoría, de pisar alfombras caras. Fingió su muerte en Bangkok, Tailandia, aunque los servicios de Inteligencia españoles afirman que se le ha visto en Sierra Leona. Hace unos días accedió a contar su "verdad de los hechos" ,si hay alguna real y accesible por completo, en la revista Vanity Fair. No está, ni mucho menos, muerto, Hace unos días estaba en París.
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