Teniente durante la Primera Guerra Mundial y condecorado durante el periodo de entreguerras con la Cruz de Hierro de primera clase, posteriormente juez, las cosas le iban bien hasta que fue obligado a abandonar el cargo en 1934 y sufrió una paliza callejera a manos de los Camisas Pardas. Las tensiones raciales obligaron a Ernst Moritz Hess a refugiarse en el Tirol italiano porque era judío en pleno auge del nazismo.
La historiadora Susanne Mauss encontró en los archivos de la Gestapo una carta que liberaba al señor Hess de las limitaciones abocadas a su situación racial y ordenaba que fuera tratado correctamente. Estas instrucciones procedían de la Cancillería de Berlín y las firmaba un hombre con el que no se discutía ni se bromeaba: Adolf Hitler.
¿Por qué un hombre que ordenó la ejecución de seis millones de judíos se molestó por uno solo? ¿Qué tenía de especial? Pues porque parece ser que durante el verano de 1916 el teniente Hess había tenido bajo su cargo al cabo Hitler en el 16º Regimiento de Infantería de Babiera. Hess le había escrito una carta al Führer donde le recordaba sus años en el Ejército, que no practicaba el judaísmo sino que era un devoto protestante y que estaba casado con una aria alemana para que se hiciese con él y con su hija una excepción a las implacables leyes raciales de la Alemania nazi.
La protección de Hitler permitió a Hess volver a Alemania con su familia y vivir sin problemas hasta mayo de 1941, cuando las instrucciones de protección fueron revocadas. La madre y la hermana de Hess fueron llevadas al campo de exterminio, sobreviviendo solamente la primera. Erns se libró de la deportación a causa de su matrimonio pero tanto él como su hija realizaron trabajos forzados.
Tras la guerra Erns Hess renunció a ser de nuevo magistrado y trabajó como directivo de ferrocarriles. Murió en 1983.
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