miércoles, 18 de diciembre de 2019

El Portico de la Gloria.

El hombre medieval era refractario a todo lo que tuviese que ver con viajes. Lejos de la protección del señor feudal los caminos estaban llenos de animales salvajes, bandidos y soldados de alguna guerra. Si te movías de casa era porque habían llegado la peste o los mercenarios.

El peregrino medio era un hombre valiente que se enfrentaba a lo desconocido - por lo menos, lo poco familiar- para llegar a los confines de la Cristiandad, que por Occidente era el cabo Finisterre, al grito de Ultreia - Mas Allá-. Pero esto no sin antes pasar por delante de la tumba del Apostol Santiago en Compostela. El peregrino suponía que el haber salido de su zona de confort y haberse expuesto a los rigores climáticos del camino o a la posibilidad de ser asaltado, sería premiado por Dios en el momento del juicio divino.

Cuando nuestro peregrino llegaba a Santiago de Compostela, encaminaba sus paso a la catedral donde le esperaba el Pórtico de la Gloria, un grupo escultórico pintado en la puerta principal del templo católico.. En un mundo donde los colores seguían el dictamen de la naturaleza, el Maestro Mateo, jefe de los canteros, habría conseguido una policromía que recompensaba al caminante de todo lo que pudiese encontrar por caminos y veredas solitarios. Este despliegue artístico no tendría rival no continuidad en otras catedrales góticas desde el momento en que Mateo, el maestro cantero, terminó el grupo escultórico policromado en 1188.

830 años después de finalizadas las obras, otro equipo de especialistas en restauración de arte medieval ha recuperado los colores que emocionaron a los peregrinos del siglo XII. Los caminantes del siglo XXI han llenado la catedral de Santiago a pesar de que su fe en Dios y los riesgos pierdan terreno en tanto a los goces de la estética, la cultura y la gastronomía.

Santiago de Compostela se lo debe todo al que fue uno de los discípilos preferidos de Jesús. Se le conoce como Yago, Yaco, Jacobo o Jaime. Los clérigos medievales creían que, después de conseguir el don de hablar idiomas desconocidos en Pentecostés, Jaime habría crizado el Mediterráneo y surcado el Atlántico hasta llegar a Gallaecia. Los historiadores dicen que es imposible que llegase a unas tierras recientemente romanizadas y casi despobladas cuando había más paganos en la Bética o en Tarraco.

Entre los años 814 y 830, cuando la cristianadad hispana llevaba más de un siglo arrinconada en un pequeña franja  en el norte del país después de la invasión árabe de 711, un eremita llamado Pelayo vio unas luces en el bosque, cercano a la iglesia de san Fiz de Solovio, en lo que hoy es el centro de Santiago de Compostela. Tras pedir consejo a través de la oración se adentró en el bosque y descubrió un sepulcro.

Pelayo informó al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quien avisó al rey de Asturias, Alfonso II. Desplazados a la región Alfonso II decidió jugar una baza propagandística a favor de la Cristiandad y de su propia devoción y señaló que los restos eran de Santiago el Mayor, nombre con el que era conocido Santiago de Zebedeo para distinguirlo de otro apostol llamado del mismo modo, Santiago el Menor. Eso significaría que los reinos ibéricos cristianos recuperarían su importancia en Europa y las limosnas se usarían para costear infraestructuras y pagas a las mesnadas que luchaban contra el moro invasor.

La afluencia de peregrinos francos hizo que las primeras infraestructuras rudimentarias se vieran superadas y que los monjes destinados a atender a los viajeros fuesen insuficientes, por lo que los restos se trasladaron desde Iria Flavia hasta Santiago, donde un obispo ordenó la costrucción de una catedral en 1075, bajo el reinado de Alfonso VI. Sí, es el que destierra al Cid. El rey de Castilla Alfonso IX, ve terminadas las obras en 1212, con una catedral románica capaz de acoger a los numerosos peregrinos.

En el arce central del Pórtico aún podemos leer: "En el año de la Encarnación del Señor de 1188, en el día 1 de abril, fueron colocados por el maestro Mateo los dinteles de la puerta mayor de la Iglesia de Santiago, que dirigió las obras de dichos portales desde sus cimientos".

En una época en que las cosas se hacían a la mayor gloria de Dios y de la comunidad o el reino, el hecho de que al Maestro Mateo se le permitiera firmar su obra indica el respeto que los fieles y las autoridades del Concejo de Santiago de Compostela le tenían. Un contrato que Fernando II firmó en 1168 estipula que Mateo cobraría un sueldo de 200 maravedíes durante el resto de su vida Y se le otorgaba "la primacia y el magisterio de la obra del citado apostol": Esto nos indica que no solo es un imaginero sino el arquitecto de las obras.


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