sábado, 22 de febrero de 2020

Las mujeres de una favela se empoderan para defenderse del maltrato doméstico.

Los hombres les pegaban y las mataban todos los días, hasta que decidieron organizarse y devolver los golpes. La favela donde viven en Brasil es hoy un territorio libre de violencia e incluso de narcotraficantes. Su ejemplo ya se estudia en las Universidades.

Has perdido a tu primer hijo a causa de la meningitis. El segundo ha muerto electrocutado. El tercero ha muerto de dengue. Esperabas gemelos pero no sobrevivieron a los puñetazos y patadas que te propinó tu marido por una tontería. Te llamas María do Carmo y sigues adelante.

Cuando el primer esposo de María intentó matarla ella  huyó. Recorrió 3000 kilómetros hasta Sao Paulo y, una vez allí, se prostituyó para dar de comer a los cuatro hijos que aún vivían. Unió su vida a un segundo hombre, y los golpes y las humillaciones volvieron a repetirse. María do Carmo siguió luchando.

Tuvo que huir otros 100 kilómetros de este segundo maltratador hasta una nueva favela al norte de Sao Paulo. Y allí descubrió que los horrores por los que había pasado eran una experiencia frecuente para las mujeres.

"Ya no huyes más. Te quedas y resistes allí, en Menino Chörao", resume María do Carmo. Muestra sus armas: un silbato, un megáfono, una cuerda y un machete.

En Menino Chörao (Niño Llorón) no hay violencia de género ni tampoco narcotráfico. Le preguntamos a María do Carmo Pereira de Sousa cuál es la clave de su éxito.

"La clave es devolver los golpes y organizarse para hacer del barrio un espacio más igualitario. Una noche estaba durmiendo cuando oí los gritos de Patricia, mi vecina embarazada. La mala bestia de su marido le había roto la mandíbula en otra ocasión, llamamos a la Policía y los polis nos dijeron que a ellos no se les había perdido nada en una favela, que lo soluciónasemos nosotros. Y eso hicimos."

"Desperté a dos vecinas y, armadas con palos, entramos en la casa justo cuando el maltratador trataba de aplastar la cara de Patricia contra la plancha encendida de la cocina. !Qué paliza le dimos! Luego nos arreglamos para que un muchacho del barrio llevase a Patricia al Hospital y le dimos dinero para tomar el autobús de vuelta".

"Fundé una Unidad vecinal de Interveción rápida. Por lo que a me respectaba esos episodios se habían acabado en nuestra favela. Reuní a 30 mujeres y las equipé con un silbato para avisarnos las unas a las otras. Ahora acudimos y le damos una soberana paliza al aspirante a maltratador.

-¿Por qué?

-Para que sepa lo que se siente. Sujetamos al tipo y su mujer le hace una cara nueva.

-¿Y no se resiste?

-No puede elegir.

-¿No se hace muy difícil pegar a un hombre con un bate?

-Si una mujer está en peligro, golpeo con todas mis fuerzas. Ellos mismos me dejaron estas cicatrices, así que supongo que entienden que es parte del juego.

¿No se venga cuando os tomáis así la justicia por vuestra mano?

-El caso es que estas palizas funcionan. No hay represalias porque saben que si lo intentan, volveremos.  Si el Estado no nos protege, no cumple con su deber, será una milicia de mujeres armadas con palos y machetes los que harán cumplir las normas con sus escasos medios.

Cuando el periodista visitó por segunda vez Menino Chörao las milicianas eran un centenar. Habían impedido 20 agresiones maritales.

Los maltratadores reincidentes eran expulsados de la favela. Si la mujer maltratada quería seguir con su marido ella debía abandonar la favela con él. "Hasta ahora hemos expulsado a 15 hombres", resume María do Carmo.

A eso se añade un severo sistema de sanciones conocida como la Disciplina. Al principio las mujeres de la favela lo llamaban el Adiestramiento, pero a los hombres les sonaba a lo que se hace con los perros, ellas comprendieron que tenían razón y rebajaron el tono. La Disciplina contempla que, tras cometer un acto violento, el agresor es atado a un árbol hasta que se le pasa la borrachera. Así todo el mundo sabe quién es el que abusa de las mujeres. Luego, como multa pueden seguir un periodo entre dos semanas y un mes sin sexo, sin ir al bar ni ver los partidos de fútbol. Los otros hombres se rien de ellos, y eso es lo peor.


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