lunes, 30 de marzo de 2020

Balleneros del Estrecho.

Al oeste de Algeciras, en la ensenada del río Getares, un acantilado cae a pico sobre un arenal. Entre los cañizos se ven unas naves de hormigón. Son los restos de la antigua Compañía Ballenera del Estrecho, donde se procesaban unos mil ejemplares anuales, suministrados por los barcos balleneros Pepe Luís y Antoñito Vera. El primero se hundió en 1953, mientras que el segundo acabó en el dique seco por falta de capturas en 1954.

La caza de cetáceos en el Estrecho se remonta a la Antigüedad. En el siglo I, Estrabón escribía de la abundancia de ballenas en el Estrecho: "Parece surgir cuando respiran una especie de columna nebulosa". Plinio da muchos datos sobre las ballenas, pero fue Opiano (siglos I-III de nuestra era) en la Halleutica quien describe los métodos de pesca: "Para estos monstruos se suele emplear una maroma (...) bien retorcida, tan gruesa como el cable de una nave. (..) El anzuelo, bien forjado, se provee de aguzadas puntas que se proyectan a ambos lados, con la suficiente dureza como para levantar una roca y taladrar un casco".

Como carnada empleaban el hígado o el jamón de un toro. Cuando el cachalote probaba la carnada, unos odres inflados frenaban su despavorida huída hacia las profundidades. Una vez cansado, tiraban de la cuerda hacia tierra firma, donde unos matarifes armados como si fueran a la guerra daban fin a la vida del cetáceo.

En 1894 se introdujo la turbina de vapor de manos de Charles A. Parsons, que puesta al servicio de la marina, permitía alcanzar una velocidad de crucero más que suficiente para dar caza a los rorcuales. Unas décadas antes, el noruego Sven Foyn inventaba el arpón de cabeza explosiva, que elevó el número de capturas de unas pocas decenas a miles. Todos estos métodos contribuyeron a agotar la presencia de ballenas en los océanos, especialmente en los mares del Norte.

Esta sobreexplotación de los caladeros actuales hizo que los balleneros escandinavos probasen suerte en el Golfo de Cádiz. En las primeras decadas del siglo XX edificaron la Factoria Ballenera de Getares. El jornal para los trabajadores de tierra, encargados de descuartizar los cetáceos, era de 50 pesetas,pero se las ganaban. Usaban cuchillos curvos y zapatos de clavos para encaramarse a los cetáceos muertos.

Cerca de la cabeza se hacían nos ojales por los que pasaba un cable de acer del que tiraba un práctico. El cachalote era pelado como un plátano. Estas tiras de tocino se troceaban y se arrojaban por unas trampillas que comunicaban con la cocina. Alli, las partes grasas se colocaban en una noria que las arrojaba a una caldera, con el fin de refinar el aceite. Aunque la carne de ballena era barata y apenas apreciada, el aceite era muy codiciado para su uso industrial.

Entre 1921 y 1926 se procesó la espeluznante cifra de 3.609 rorcuales y 345 cachalotes. El Diario de la Mañana, periodico de información del Campo de Gibrartar, se hacía eco de las cacerías. El 26 de abril de 1925,unos periodistas observaron la cacería de una ballena frente a Tarifa:"Desde la altura de la "Isleta" y con el auxilio de unos prismáticos pudimos presenciar en la tarde de ayer este interesante espectáculo. (...) A dos millas de la costa, hicieron un primer disparo con un cañoncito que lanza un proyectil en forma de arpón, provisto de un cartucho de dinimita. (...) El monstruo, al sentirse herido, se revolvió y huyó con vertiginosa carrera (...), pudimos ver sus saltos y contorsiones, levantando verdaderas columnas de agua. !Sorprendente espectáculo! Estos animales pasaron en marea creciente, a poca distancia de Tarifa. Hubo tardes en que cerca de nuestro balandro pudimos contar hasta 22 ejemplares. Es de esperar que la nueva industria sea un verdadero éxito".

Solo que no fue así. a la Compañía de Getares se sumeron las de Benzú, en Ceuta, y algunos buques factoría con base en Huelva. En 1929 los noruegos decidieron que las aguas del Estrecho estaban demasiado sobreexplotadas, algo que no entendieron así las empresas españolas que sobrepescaron cetáceos hasta hacer que el negocio fuera ruinoso.

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