sábado, 21 de marzo de 2020

Howard Carter.

Su primer contacto con el mundo de la egiptología vino de la mano del arqueologo Flinders Petrie en 1891, como dibujante. Y desde entonces no abandonó el mundo de la exploración del pasado.

Cuando Nacho Ares leyó su libro, LA TUMBA DE TUNTANKHAMÓN, con apenas 14 años, se quedó prendado de aquella cultura. En las páginas de ese libro descubrías los aspectos más mundanos y académicos del descubrimiento de la tumba del faraón de la XVIII Dinastía Tutankhamón.

El 2 de noviembre de 1922, fue avisado por uno de sus obreros del descubrimiento de un escalón cerca de la tumba de Ramsés VI. Entusiasmado por la posibilidad de haber encontrado algo importante se personó en el lugar. Sobre la pares se pudieron leer los sellos de la necrópolis y el nombre del faraón que tanto había buscado. Aquella era su última oportunidad porque su mecenas, lord Carnarvon le había anunciado que  deseaba cortarle el apoyo económico.

Siempre se ha dicho que Carter era una persona huraña y malgeniada entre los arqueólogos, pero no hay más que ver las grabaciones de la época para descubrir a un Carter que gastaba bromas a sus colaboradores y se mostraba radiante, feliz y lleno de de entusiasmo ante la prensa. Carter fue un hombre que logró el éxito improbable gracias a su fe en lo que hacía y a su capacidad de trabajo.

Nacho Ares no sabe si Howard Carter habría destacado en otra época de la Historia, pero para los parámetros de lo que se esperaba de un ratón de biblioteca de la época posvictorana que, de tanto entanto, hacia trabajo de campo, fue el mejor de su tiempo.

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