martes, 11 de agosto de 2020

El Evento Carrington y las erupciones solares.

 Durante la mañana del 1 de septiembre de 1859, un astrónomo aficionado, Richard Carrington, apuntó su telescopio hacia el Sol para poder estudiar las manchas solares. Vio dos llamaradas que avanzaban hacia el cosmos de luz muy blanca, con una energía equivalente a diez mil millones de bombas atómicas. Carrington lo apuntó en su cuaderno de notas. Nueve horas más tarde los efectos se notarían en la Tierra.

Las líneas de telégrafos empezaron a fallar en todo el mundo, algunas instalaciones ardieron y varios operarios fueron heridos al comprobar las líneas. Se vieron auroras boreales en lugares donde su avistamiento es tan infrecuente como Madrid. En Castilla los campesinos se levantaron de madrugada, a falta de relojes despertadores, creyendo que había amanecido y se pusieron a ordeñar las vacas.

Un fenómeno más poderoso todavía de tormenta solar dejó sus restos en la madera de árboles cortados entre 774 y 775, siendo emperador de los francos Carlomagno. Nadie se enteró.

Y el 23 de julio de 2012 la Tierra se libró por una semana del estallido de otra potente llamarada solar. "Alcanzó un lugar de nuestra órbita donde la Tierra había estado una semana antes" explica el astrofísico George Eiras, de la Universidad de Vigo, que elaboró en 2018 un informe sobre las tormentas solares geomagnéticas. Una tormenta solar mucho más débil dejó sin luz a la ciudad de Quebec durante nueve horas, en 1989. Y otra, en 1998, dejó inutilizados un satélite de comunicaciones y miles de cajeros automáticos en los Estados Unidos.


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