viernes, 27 de diciembre de 2024

De los trepas que auparon al poder a Hitler y lo acabaron lamentando.


 "¿Qué vamos a hacer con este inadaptado psicópata", se preguntaba el general Kurt von Schleiser ante los informes que le llegaban sobre Adolf Hitler en 1932. Schleiser despreciaba a Hitler al que consideraba un pervertido sexual (los rumores acerca de su relación con su sobrina adolescente Gelli) y un haragán (Hitler no se levantaba antes de las 11). Pero creía que el líder del Partido Nacional Socialista del Trabajo era el arma perfecta para apuntalar sus ambiciones personales.

Schleiser se convirtió en Ministro de Defensa tras las elecciones de 1932 en las que salió elegido el también militar Paul Von Hindemburg. Sugirió al presidente Hindemburg la designación como canciller de Franz von Pepen, que Schleiser creía que se dejaría dirigir por él. Jugando con una segunda baraja, Schleiser incitó a los camisas pardas de las S.S. y las S.A para que organizasen tantos disturbios contra los comunistas como fueran capaces para que la gente se aglutinase en torno a su figura como salvador de Alemania. ¿Qué podía salir mal?

El historiador de la Universidad de Harvard Anthony Ryback dedica su libre TAKEOVER. HILER´S FINAL RISE TO POWER a los sucesos que pusieron final a la República de Weimar en 1932 día por día.

El libro intenta explicar - no es fácil- cómo políticos de convicciones democráticas entregaron el poder absoluto a un tipo que consideraban un sobreactuado payaso, que no siquiera tenía mayoría absoluta. Creyeron que podrían manejar a Hitler y gobernar a través de él.

"Los empresarios pensaron que, si mirabas más allá del pavoneo y del antisemitismo, tendrían a alguien que protegería su dinero. Los comunistas pensaron que, si mirabas precisamente el pavoneo y el antisemitismo, podrías atisbar el principio de una revolución popular. Los políticos de derechas pensaron que Hitler estaba demasiado trastornado para poder sostenerse en el poder durante mucho tiempo y los izquierdistas pensaron que si apoyaban lo bastante el estado de derecho, Hitler se defenestraría por sí solo", resume el ensayista Adam Gopnik en The New Yorker.

El libro se centra del periodo que va desde el Triunfo del Partido Nacionalsociaista de los Trabajadores Alemanes en las elecciones parlamentarias de julio de 1932 a su designación como canciller en enero de 1933. Los nazos habían ganado con el 37 % de los votos, por delante de los otros partidos. Pero no el presidente Hindemburg ni el canciller Von Papen estaban dispuestos a dejar la Cancillería en manos de un hombre que claramente consideraban no apto para ese cargo. Intentaron toda clase de pactos para contrarrestarlo pero todo sería en vano, porque le designarían canciller seis meses después.

El plan de Hitler era claro: acabar con la democracia a la que consideraba responsable de todos los males que afectaban a Alemania.

La idea de que Hirler llegó al poder aupado por la hiperinflacción y el desempleo es falsa, por lo manos para 1932. La hiperinflacción había acabado en 1923 y el resto de la década fue muy favorable para Alemania. Aunque la crisis de 1929 les afectó, los parados suiguieron votando a partidos de izquierda. Los que auparon a Hitler fueron los pequeños burgueses, los campesios protestantes y los trabajadores autónomos. "No es para nada la gente que sufre lo peor de la precariedad económica, sino la gente que podría llegar a sufrirla", dice Gopnik.

Uno de los políticos y cargos militares a los que no se les escapaba la amenaza que suponía Hitler fue el general Kutt von Hammerstein. Este general propuso a Hindemburg la posibilidad de frenar ala agresividad de los camisas pardas mediante la ley marcial. Y lo hizo con el general Schleiser al que Hitler ya se le estaba escapando de las manos. Pero Hindemburg rechazó la propuesta porque sabía de sobra que era el intento de Schleiser para perpetrar su propio golpe de estado.

Otro de los políticos que trataron de aprovecharse de Hitler fue Alfred Hugenberg, un magnate de la prensa que fingía apoyar a los nazis con noticias falsas y medias verdades, para presentarse él mismo como solucionador del caios y asaltar el poder, ni sin antes borrar del tablero a Hitler.

¿Por qué los socialdemócratas y los conservadores no pactaron un frente de coalición? Los historiadores todavía lo están debatiendo. Los jóvenes ya no votaban por los socialdemócratas porque veían en ellos una gerontocracia (el candidato más joven tenía 60 años), alejada completamente de la realidad. Los socialistas no tenían un líder carismático que los liderase. El resto de los partidos, incluído el democristiano, ya había claudicado ante Hitler. Los comunistas no estaban presentes. Se hallaban muertos, encarcelados o exiliados. Los partidos católicos rechazaron cualquier intento de pactar con los socialistas. Además, Hitler les había prometido que no se volvería contra ellos si le apoyaban porque el enemigo común eran los judíos.

Enn oviembre de 1932 se celebraron elecciones en las que Hitler perdió escaños en lugar de lograr la mayoría absoluta.

Pero Hindemburg tenía 84 años, estaba enfermo y se había cansado de las conspiraciones de Schleiser. Ordenó a von Papen que le organizase un Gobierno, pero este le informó que no podría gobernar si Hitler no era nombrado canciller. Argumentó que el nazi había hecho demasiadas concesiones y podía ser controlado. ¿Qué podía salir mal?

"No es que la maquinaria nazi fuese eficiente, sino que era inmune ante los impedimentos humanos ante el poder: vergüenza, capacidad de cálculo o incluso el deseo de poner en marcha un programa político en particular", explica Gopnick.

Cuando Hitler se hizo con el poder Hugenberg aceptó un puesto ministerial con la falsa idea de que el radicalismo de Hitler iría menguando con las realidades de la política. No duró en el cargo ni un año. Goebbles no le consideraba de fiar porque se negaba al control estatal de la economía alemana. Sus negocios de prensa fueron confiscados por el régimen nazi.

Von Papen fue embajador en Austria y Turquía y trampeó las intrigas nazis con maestría. Fue absuelto por el Tribunal de Nüremberg, aunque la condena de ocho años de trabajos forzados logró esquivarla gracias a sus abogados. Murió en su casa de la Selva Negra en 1969.

En cuanto al conspirador mayor del reino, el general Schleiser, murió en 1934 durante la noche de los Cuchillos Largos, una purga entre aquellos que pos cualidades o por popularidad ante las bases del Partido Nacionalsocialista todavía podían disputar el poder a Hitler. A las 10:30 del 30 de junio de 1934, varios hombres vestidos con gabardinas llamaron a la puerta, Schleiser salió y se identificó. Le dispararon dos tiros a bocajarro. Su mujer también fue asesinada. Hitler les diría a los periodistas que lo había ordenado porque Schleiser tenía tratos secretos con los franceses.

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