sábado, 10 de febrero de 2024

Cómo salvaron a Sigmund Freud de la barbarie nazi.

 Los camisas pardas ya habían visitado su casa en Viena; la Gestapo había citado a sus hijos... El peligro era inminente cuando un grupo de amigos de Sigmund Freud, judío, puso en marcha la salida del psicoanalista del país. Una proeza asombrosa en la que fue crucial el papel de una princesa, un médico galés y hasta de un nazi convencido. Lo cuenta el libro SALVAR A FREUD.



Un grupo de milicianos nacionalsocialistas armados con rifles y pistolas se presenta en el domicilio de Sigmund Freud. Martha, la esposa del prestigioso padre del psicoanálisis, los trata como huéspedes y les invita a dejar sus armas apoyadas contra el paragüero del pasillo. Los camisas pardas rechazan la oferta. Están de servicio, dicen. Entonces, Martha Freud coge un fajo de billetes y los deposita en una mesa. 

-¿Tendrían la bondad de servirse?¿Gustan?

Los camisas pardas gustaban.

A continuación, Anna Freud, hija y discípula de su padre, abre la caja fuerte y les hace entrega de 6.000 chelines (el equivalente a 840 dólares). Entonces, Sigmund Freud sale de su despacho y fulmina a los intrusos con su más gélida e intimidante mirada.

El cabecilla del grupo de alemanes indica a Freud que se irán en breve  pero que regresarán. Cuando se hubieron ide Freud pregunta a su esposa cuanto se han llevado los camisas pardas. Cuando Martha se lo dice, Freud comenta: "Nunca he cobrado tanto por una visita".

Lo que no sabía Freud es que su hijo Martin también había sido intimidado en la editorial psicoanalítica Verlag. Los camisas pardas también se conformaron con el soborno disuasorio pero perfectamente el asunto pudo haber terminado con la muerte de Martin Freud y sus asesores. El 15 de marzo Hitler hablaba a las  multitudes desde un balcón del Palacio Imperial de Viena y los camisas pardas austriacos lo celebraban vejando a los que no mostraban entusiasmo y asaltaban comercios judíos.

¿Porqué una persona judía, rica e influyente como Freud no había abandonado Viena antes de que Alemania se la anexionase en el Ansluch de 1938? Al fin y al cabo él había hablado de la capacidad del hombre de caer en la barbarie en su ensayo EL MALESTAR DE LA CULTURA. Pero también era un hombre que amaba su cuidad,un hombre ingenuo que creía que los hombres buenos de Europa se organizarían y acabarían con el desmadre nacionalsocialista. Era un hombre gravemente enfermo al que le quedaba poco de vida y quería morir en Viena.

Así que un grupo de personas valientes se encargo de sacar por todos los medios a Freud del territorio controlado por los nazis. Ernest Jones, un británico, era presidente de la Asociación Psicoanalista Internacional. Dorothy Burlingham, era una rica heredera y amante lésbica de Anna Freud, la hija del padre del psicoanálisis. William Bullitt, era embajador de los Estados Unidos en Francia. John Wiley pertenecía a la legación americana en Austria.

Dorothy vivía en el mismo edificio de los Freud por lo que podía avisar a los demás si se acercaban milicianos fascistas. Y junto al portal, como si fuese casUalidad, había aparcado un coche de la Embajada de Estados Unidos. Si los Freud sufrían un ataque físico el embajador lo sabría y actuaría contra los intereses del alemán que diese la orden.

Y nos olvidamos de la más importante, la princesa y psicoanalista María Bonaparte, sobrina bisnieta del emperador francés, princesa de Grecia y Dinamarca. Cada vez que venían los camisas pardas a intimidar ella se sentaba en la escalera, como quien no quería la cosa, vestida con un abrigo de visón y su bolso de piel de cocodrilo, para interponer su pasaporte diplomático principesco y disuadir de ideas.

Ernest Jones viajo a Inglaterra y tiró de contactos hasta llegar al mismísimo ministro de Interior, Samuel Hoare. Este sacó de la manga unos salvoconductos para alcanzar Gran Bretaña para 16 adultos y 8 niños.

Pero todavía con los proyectos de la Solución Final todavía sin esbozar en las cabezas de los jerarcas nazis, todo estaba en manos de los comisarios políticos que podían aceptar los sobornos o retener a los judíos de clase alta. Los Freud tuvieron suerte porque se hizo cargo de ellos Anton Sauerwald. Este funcionario nazi había tenido un profesor de Química judío al que idolatraba y lo había leído todo sobre el psicoanálisis. Solía venir a disculparse por los destrozos cada vez que los camisas pardas hacían unas de sus visitas a Freud y dio luz verde para que salieran del país.

Freud se convenció de la necesidad de escapar cuando Anna y Martin fueron convocados a la sede de la Gestapo. No pasó nada en especial dentro de lo que es una visita de control rutinaria pero los hijos de Freud llevaban dosis letales de un veneno llamado veronal en el bolsillo. Por si la visita no resultaba un mero trámite.

Para los sobornos Marie Bonaparte pagó la exorbitante cantidad de 31.329 marcos imperiales y fue sacando libros y documentos vitales para las investigaciones de Austria y enviándolos provisionalmente a Francia. También levantó el ánimo a los Freud que empezaron a abandonar Viena entre el 4 de mayo y el 2 de junio de 1938.

Antes de irse con un billete en el Orient Express Sauerwald le hizo firmar un papel por orden de sus superiores. Freud tenía que declarar que había sido bien tratado por las nuevas autoridades de Viena.

En el Orient Express viajan Freud, Anna, Martha, el ama de llaves Fitchl, la doctora Josephine Stross, que sustituye al doctor Shur, víctima de una inoportuna apendicitis, y la mascota de la familia, el chow chow Lün.

Tuvieron miedo en la frontera francesa cuando pasaron los controles de salida de territorio alemán, pero no pasó nada porque los hombres de las S.S sabían que viajaba junto al séquito un funcionario de la Embajada estadounidense. El 5 de junio de 1938 Freud fue recibido en la estación de París por una nube de periodistas y fotógrafos. También estaban allí Ernts Freud, el segundo hijo, que vivía en Londres,Marie Bonaparte y William Bullitt. Freud moriría de forma apacible en Gran Bretaña, por causas naturales en 1939.

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