sábado, 31 de agosto de 2019

El asesinato de Julio César.

Platón y Aristóteles considereban a los tiranicidas como héroes patrióticos. En tiempos de los romanos el asesinato de un dictador se celebraba. Pero cuando unos conjurados asesinaron tras apuñalar 23 veces a Julio César el pueblo no se lo agradeció precisamente.

Julio César venció a una confederación de pueblos galos en 52 a de C, liderado por el jefe arverno Vercingétorix, conquistó todo el mundo Mediterráneo conocido y luchó en una guerra civil contra Cneo Pompeyo y Tito Labieno, vencidos en Farsalia. César se protegía en el campo de batalla con una guardia personal formada por 900 jinetes germanos y galos.

Esta guardia personal fue disuelta terminadas aquellas campañas y sustituída por otra de auxiliares hispanos que seguían a César a todas partes. Meses antes del magnicidio, el Senado obligó a todos sus miembros a jurar lealtad al héroe de las Galias, por lo que César decidió licenciar a su escolta hispana. Con este gesto expresaba su confianza en los senadores y hacía entender que había un estado de normalidad política.

El 14 de marzo de 44 a de C, la esposa de César, Calpurnia Pisonis, tuvo un sueño premonitorio sobre la muerte violenta de su marido. César no la escuchó y acudió a una reunión senatorial sin la escolta que le habría salvado la vida.

Con la excusa de pedirle favores, los senadores conjurados fueron rodeándole. Lucio Tilio Cimber dio la señal acordada para sacar los puñales, aunque también se intentó reventarle los ojos con estilos de escribir. César se defendió con otro estilo durante un rato, pero al final no pudo esquivar todos los puñales y recibió 23 heridas. Algunos de los atacantes fueron heridos, bien por César, bien por los compañeros en pleno frenesí.

Los conjurados afirmaron que habían cometido un acto tan terrible para salvar la República de un tirano. Es cierto que esa fue la razón para un pequeño grupo, pero la gran mayoría lo hizo para vengar a Pompeyo o porque querían aumentar su poder. Entre ellos se encontraba Bruto, hijo de Servilia Cepionis, y probablemente del propio César. Sus últimas palabras, si es que llegó a pronunciarlas fueron: "¿Tú también, Bruto, mi hijo?". Lo que se puede entender como: "Eres un parricida y en Roma los castigamos con la muerte. Que tengas una vida corta".

Antonio, Lépido y Octavio, otro hijo adoptivo de César formaron un segundo triunvirato con el objetivo de castigar a los conspiradores. Fuera lo que fuera que quisieran conseguir no lo disfrutaron mucho.

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