miércoles, 29 de abril de 2020

DIARIO DEL AÑO DE LA PESTE, por Daniel Defoe.

Este libro, escrito en 1722, es una crónica, a medio camino de la novela histórica y del relato periodístico, de la Gran Plaga que sacudió Londres entre 1665 y el Incendio de 1666. De una ciudad de 460.000 almas se llevó 70.000 vidas. Terminará cuando un incendio en una panadería de Cheapside se expanda por los barrios más pobres de Londres dejando sin hogar a 80.000 personas.

Defoe describe la vida de un ficticio comerciante que se debate en los primeros compases de la Gran Plaga entre huir al campo, como le aconseja su hermano, o quedarse a atender su negocio. Opta por lo segundo. Pronto se arrepentirá.

A medida que la gente va quedándose confinada dentro de las casas, él compra alimentos para pasar una larga temporada. Cuando sale a las calles el comerciante de Defoe se queda asombrado por su aspecto espectral. Las calles están vacías salvo por algún transeunte ocasional, con la mirada extraviada. Según pasan los días, y las muertes menudean, se ve gente implorar a gritos en las calles por el perdón de sus pecados: "Fuí una fornicadora, codiciaba la esposa de mi hermano, fuí un asesino, etc".

El propio comerciante se siente mal en cierto momento de la obra pero es el pánico el que le prohíbe comentarlo con su familia, porque el trato a los enfermos, sospechosos de haber contraído la peste, no es preciamente el mejor. Se recuperará de un catarro pasajero.

Las autoridades cierran las posadas y los policías del siglo XVII retiran de las calles a los mendigos para que no vaganbundeen. Los más adinerados han dejado la ciudad. Los científicos no saben cómo erradicar la enfermedad pero sacan almanaques para contradecir los rumores de que la pestilencia ha llegado después de la aparición de un cometa brillante unos meses antes. Pocas semanas antes del Gran Incendio los rumores serán que ha aparecido una nueva estrella en el firmamento y los astrónomos ya no se molestarán en desdecirlos.

En los barrios se establece un equipo de examinadores cuya misión es marcar las casas en las que hay enfermos, y de vigilantes que controlan los movimientos de las personas confinadas en las casas marcadas y de mujeres investigadoras informan a la Policía y a los médicos de las causas de las muertes por enfermedad. En algunas casas no se aventuran a entrar ni los enterradores, ex convictos y penados encallecidos por el contacto con la muerte.

Dicen que los apestados exudan un olor especial pero ningún médico o miembro de las Fuerzas del Orden se quiere exponer a acercar su nariz tanto a un enfermo. También dicen que es venenosa la transpiración a causa de la fiebre de un enfermo de peste.

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