domingo, 26 de abril de 2020

Quevedo, espía.

Se ha escrito hasta la saciedad sobre el supuesto duelo de plumas entre Quevedo y Góngora, pero nadie sabe que fue uno de los mejores espías que tuvo el Imperio español en Italia. Es este territorio las posesiones españolas, es decir; Nápoles, Milán y Cerdeña, combatían las viejas pretensiones de Francia sobre el Milanesado, en alianza con los Estados Pontificios, el Ducado de Saboya y la ciudad estado de Venecia.

Quevedo había compartido con Pedro Téllez de Girón, el Duque de Osuna, su preocupación por una España todavía poderosa, pero que se desangraba a causa de las frecuentes guerras. Se había distinguido como soldado en Flandes poco antes de estudiar en el Colegio Imperial de los Jesuítas y enlas Universidades de Alcalá de Henares y Valladolid, que es donde coincidió con el de Osuna.

A raíz de un incidente Quevedo tuvo que huír de Madrid. Había presenciado como un hombre abofeteaba a una dama en el interior de una iglesia, había desafiado al villano y lo había matado en un duelo con espadas negras, es decir a punta desnuda. Hay quien dice que todo esto no sucedió y que se hizo correr el rumor, para que nadie sospechaba de las auténticas razones por las que Quevedo se iba a Sicilia, donde Osuna era el virrey.

Allí actuó como espía. El lugar era estratégico porque permitía a España tener una base desde la que protegerse contra el Imperio otomano y los piratas berberiscos. Milán era también importante porque era la primera etapa del Camino Español, desde el cual los Tercios de Flandes avanzaban hacia Flandes.

Osuna había desafiado a Venecia metiendo su flota en el mar Adriático y financiando las actividades de los corsarios uscoques, con base en la actual Croacia. Hubo una batalla naval que ganaron las galeras españolas. El Dogo se temía que el siguiente paso es poner sitio naval a La Serenísima.

El plan de Osuna era acabar con la flota de modernos galeones que los holandeses y los ingleses le etaban construyendo a los venecianos. Para ello, Quevedo y otros conspiradores se infiltraron en Venecia con la misión de matar al Dogo y quemar las atarazanas de La Serenísima, pero fueron descubiertos. Quevedo pudo huir de la ciudad disfrazado de mendigo y se salvó al dominar el dialecto del populacho de la región de unos matasietes que le pararon. Los dos agentes secretos que lp aacompañaban fueron ejecutados. Incluso la turba quiso quemar la casa del embajador español en Venecia con él dentro.

En Madrid había opiniones enfrentadas. El rey Felipe III opinaba que la guerra era demasiado costosa para  las arcas, y los "halcones" como el Duque de Osuna opinaban en cambio que si cesaba la actividad militar todo lo que los reinos hispánicos podrían ofrecer serían despojos para las naciones carroñeras. Los nobles napolitanos se quejaban de las interferencias de Osuna en su gobierno mientras que los venecianos intoxicaron a los servicios de Inteligencia españoles con la idea de que Osuna quería  convertirse en rey de Sicilia. Fue llamado a Madrid y encarcelado. Murió sin poder defender su inocencia, en prisión.

Quevedo regresó a España y se dedicó a escribir versos satíricos, la novela picaresca ANDANZAS Y MALANDANZAS DEL BUSCÓN DON PABLOS, y numerosas obras religiosas, filosóficas y de análisis político. Una trama política turbia de la que no nos han llegado noticias impulsó al válido del Rey Felipe IV, el Condeduque Olivares, a encarcelarlo en la cárcel de San Marcos. Caído el propio Olivares en desgracia, Quevedo fue liberado, en mal estado de salud por los cuatro años de encierros, dos de los cuales los pasó incomunicado, para vivir sus últimos años en Torra de Juan Abad.

Para leer:
EL PUENTE DE LOS ASESINOS.
Arturo Pérez Reverte. (2011)

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