jueves, 9 de julio de 2020

La sangrienta batalla por Okinawa.

Medio millón de soldados norteamericanos se lanzaron sobre esta isla, crucial en sus planes para invador Japón. Allí los esperaban militares y civiles dispuestos a morir matando: batieron récords de ataques suicidas. Se cumplen 75 años de uno de los episodios más sangrientos de la Segunda Guerra Mundial.

"Un avión por un buque de guerra, una lancha por un transporte de tropas, un hombre por cada diez del enemigo". El que habla es el general Mitsuru Ushijima. Ha recibido órdenes de Tokyo. Allí una camarilla de generales ultranacionalistas, muy centradas en los aspectos oscuros de las tradiciones guerreras de Japón, insisten en la lucha hasta el sacrificio en el archipielago de Okinawa para no tener que hacer frente a la realidad: Japón ha perdido la Guerra del Pacífico y es solo cuestión de tiempo que los combates se libren en Japón. De hecho Okinawa ya es territorio japonés.

La Marina estadounidense ya se estaba acercando de isla es isla, de Guam a Saipán, pasando por Guadalcanal. Los marines habían expulsado de las Filipinas al ejército de tierra japonés mientras que el estado títere de Manchukuo estaba fuertemente presionado por chinos y soviéticos. Una flota de 1500 barcos estaba tomando posiciones en estas pequeñas islas a 550 kilómetros al sur del del Sol Naciente.

Ushijima contaba con 75.000 soldados de infantería y 25.000 milicianos civiles, estos últimos mal armados y sin experiencia de combate. También se movilizó a todos los hombres de las islas entre 14 y 60 años. Las mujeres fueron reclutadas entre los 17 y los 40 años para llevar municiones, mensajes o hacer enfermeras. Más adelante se las adiestró para usar espadas, lanzas de bambú o hachas en el combate cuerpo a cuerpo. Se calcula que murieron 140.000 civiles en suicidios rituales, en la creencia de que debían compartir el mismo destino de las tropas, o asesinados por diversión por los militares que debían protegerlos. Unos pocos se escondieron o se rindieron tras escuchar las promesas de que los prisioneros civiles japoneses serían tratados humanitariamente..

Los marines norteamericanos tuvieron que sufrir bajas a causa de las bolsas de resistencia y de los civiles japoneses que se lanzaban contra ellos cargados de explosivos. La flota tuvo que enfrentarse a oleadas de aviones kamikazes, unos 1600 aviones en misiones suicidas, que lograron hundir 36 naves de menor entidad. Los portaviones resistieron esta docena de acometidas con nota alta. Aún así las bajas norteamericanas superaban las que habían tenido que sufrir desde que los japoneses bombardearon Pearl Harbour en diciembre de 1941.

La falta de suministros y la nula aparición de tropas de refuerzo llevaron a Ushijima a clavarse un puñal en el vientre delante de todo su estado mayor. Después su ordenanza le decapitó con una espada para evitarle sufrimientos. Los combates todavía se alargaron una semana más, hasta el 2 de julio de 1945. Murieron 15.000 soldados americanos, la mayoría de los 100.000 defensores japoneses y unos 140.000 civiles, tanto en combates como en suicidios para no caer prisioneros. Destaca el hallazgo de una escuela de secundaria en la que la infantería encontró los 200 cadáveres de las alumnas y sus profesores.

Los nombres de los caídos, de uno y otro bando, están inscritos en un memorial que se levantó en 1995. Las bajas japonesas fueron inútiles, no porque no quitasen la idea al Estado Mayor del Pentágono de invador Japón, sino porque un mes más tarde se conseguiría la rendición tras la detonación de dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki. Empezaban los horrores de la era atómica.

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