(Adaptado de un artículo escrito por Fernando Goitia en XL Semanal).
La figura del bandolero ha pasado a la Historia envuelta en el mito del buen ladrón. Hombres libres o justicieros para el arte, el cine, la televisión y la literatura. La realidad, sin embargo era diferente.
A principios del siglo XIX en la España de Fernando VII un bandido podía ser pasado por las armas, ahorcado, agarrotado en el garrote vil, descuartizado o frita su cabeza decapitada para que se conservase mejor y durase más cuando la exhibieran en la plaza pública. Pero eso no quitaba para que los escritores románticos los ensalzasen y glorificasen.
En los años 1970 Sancho Gracia proponía a RTVE una serie sobre Curro Jiménez, el Barquero de Cantillana, un bandolero romántico que asaltaba doligencias pero protegía a los campesinos andaluces de los abusos de los latifundistas, luchaba como guerrillero irregular contra los invasores franceses e incluso defendía, no sin cierta prevención, las ideas de los liberales en Andalucía. El Barquero de Cantillana real difícilmente pudo hacer esas cosas porque defendía ideas carlistas y vivió durante el reinado de Isabel II. El Curro Jimenez interpretado por Sancho Gracia no mata inocentes si puede evitarlo. El real era un sanguinario matarife y violador, que fue traicionado por uo de los suyos tras una corta pero intensa vida al otro lado de la ley.
Otra de las ideas más extendidas entre el público es que los bandoleros acechaban a las diligencias en Sierra Morena o en las encrucijadas de caminos de Andalucía cuando lo cierto es que estaban presentes en todo el territorio español. Lo cierto es que los bandidos gallegos eran especialmente sanguinarios. Del asalto a los viajeros y peregrinos a Santiago pasaron al contrabando, y ya entrado el siglo XXI esa cultura cambió por el tráfico de drogas", según el historiador Enrique Martínez Ruíz.
Este experto dice en el artículo de XL Semanal que los bandoleros no estuvieron presentes en el País Vasco, pero lo cierto es que durante el siglo XVIII el bandido Gautxori y sus Perdigones asaltaban a los burgueses que se acercaban a pie hasta los arrabales de Bilbao. Su carrera fue más corta que la del Barquero de Cantillana.
Hay tres clases de bandoleros: el romántico, que tras cometer un delito se sangre o rebelarse contra el latifundista o el señorito burgués, se adentraba en la sierra para sobrevivir con asaltos. Estos son los que pueden responder más a la leyenda del bandido generoso porque entre sus filas se cuentan Luís Candelas, un as de los disfraces madrileño que jamás cometió un delito de sangre; José María el Tempranillo, un bandido generoso que llegó a decir "El Rey ( Fernando VII) gobierna en la Corte pero en la Sierra mando yo". O Diego Corriente ( que no Corrientes) que tampoco cometió ningún delito de sangre, pero que fue agarrotado y descuartizado igual en cuanto lo capturaron a finales del siglo XVIII.
Otros eran antuguos soldados de guerrilla irregular que siguieron usando los mismos métodos de hostigamiento cesadas las hostilidades contra los soldados napoleónicos o con las tropas regulares liberales. Luego están los monipodios, grupos organizados que acechaban a sus víctimas ricas, secuestraban mujeres y niños, y ordenaban matarlos cuando el rescate no llegaba. Entre estos destaca el Tío Martínde Casariches, un presunto beato que rezaba el rosario en el primer banco de la Iglesia, pero que era el líder de un monipodio.
El Tío Martín fue capturado por Julián Zugasti, gran azote de los bandoleros de finales del siglo XIX, consejero de Estado, inspector general de Hacienda, y gran inventor de la Ley de Fugas que permitía a la Guardia Civil, fundada en 1844, disparar a matar contra los reos si ontentaban escapar. Eso daría la excusa a un montón de ejecuciones extrajudiciales durante fenómenos como el pistolerismo anarquista de la década de 1920 en Barcelona.
Otros factores que acabaron con los asaltos a diligencia fue la aparición del ferrocarril o los vehículos motorizados, la fundación de la Guardia Civil en 1844 y la implantación en el medio rural español de las oficinas de telégrafos.
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